La semana pasada varios países europeos recordaron el final de la Segunda Guerra Mundial, al menos en lo que respecta a nuestro ámbito continental. Se cumplían 75 años desde la capitulación incondicional de Alemania, primero ante los aliados occidentales en Reims el 7 de mayo, y al día siguiente ante los soviéticos en Berlín. Mientras tanto en nuestro país había una dictadura militar que mantuvo diferentes posiciones a lo largo de la guerra. Primero, dada la situación en que estaba España tras la contienda civil, Franco decretó en 1939 «la más estricta neutralidad»; después, a la vista de cómo se desarrollaban las operaciones militares, marcadas por las victorias nazis, el 13 de junio de 1940 se declaró «no beligerante», al tiempo que se ofrecía a entrar en la guerra a cambio concesiones como Gibraltar, territorios en el norte de África y suministros materiales: alimentos, petróleo y armamento. Para negociar las condiciones de la colaboración española, Serrano Súñer visitó Alemania en septiembre de 1940, y ante la falta de acuerdo se produjo la conocida entrevista entre Franco y Hitler en Hendaya el 23 de octubre, utilizada por la propaganda franquista para exaltar la astucia de Franco, cuando en realidad este se negaba a entrar en la guerra si no se aceptaban sus demandas militares y territoriales (hasta el momento bajo dominio francés), pero Hitler prefirió mantener a su lado a la Francia colaboracionista de Pétain.

No obstante, a partir del momento en que Alemania invadió la Unión Soviética, la dictadura pasó a una «beligerancia moral», en palabras de E. Moradiellos, y enviará a los voluntarios de la División Azul, que combatirían junto a las tropas alemanas hasta 1944. Como explica Moradiellos, Franco se justificaba ante los británicos con una teoría singular: «España era beligerante en la lucha contra el comunismo en el frente oriental, pero seguía siendo no-beligerante en la lucha entre el eje y Gran Bretaña en el frente occidental». Los avances aliados, en el norte de África y en Italia, hicieron que el 1 de octubre de 1943 Franco volviera a la «estricta neutralidad», en lo que no era sino una mera cuestión de supervivencia, y arreció la propaganda a favor de presentar a España como un país anticomunista y católico que siempre había sido imparcial y neutral, lo cual no evitaría el aislamiento al que sería sometida tras el final de la guerra. Europa celebraba la victoria sobre el régimen nazi, y la España franquista aprobaba la tercera de sus leyes fundamentales, el Fuero de los Españoles, una pretendida carta de derechos fundamentales, e incluso Franco reconocía que España se constituiría como un reino, aunque quedaba claro que él se mantenía en el poder.

Sin embargo la España democrática de hoy sí tiene la posibilidad de entroncar con aquella victoria de 1945, y lo puede hacer a través de los republicanos españoles que participaron en la guerra al lado de los aliados, y que por ejemplo tuvieron una participación activa en la recuperación de París, a pesar del trato recibido en 1939 en la frontera con Francia. Lo recordaba Antoni-María Sbert en una revista del exilio, Las Españas, en un artículo de 1950 sobre los republicanos españoles en aquella guerra, donde citaba estas palabras de un periodista mexicano: «Los combatientes republicanos han devuelto, además, a Francia, en sangre, heroísmo y sacrificio, bien por mal. A los republicanos españoles Francia les negó no solo ayuda cuando luchaban, como ahora se ha visto, por una causa común, sino una hospitalidad decorosa cuando se vieron obligados al éxodo… Sin embargo, olvidando agravios a la hora del peligro, los republicanos españoles se lanzaron a defender a Francia, y ahora, reconciliados bajo los pendones de la Francia combatiente, han contribuido a su liberación».

* Historiador