Si se tratase de un cuadro impresionista hablaría de unos brochazos subjetivos, sí, pero verificables y llenos de color. Así me ocurre al mostrar algunas de las ventajas de ser mujer y mayor. Me refiero a mujeres de más de 60 años.

Voy a huir esta vez del relato desgarrador de ciertas vidas de mujeres mayores porque quiero hoy descubrir otra perspectiva, otro enfoque que no nos muestre solo esa parte cruel y desoladora de mujeres vencidas, perdedoras, sojuzgadas, violentadas, descabalgadas de la vida por la violencia de género. Esas mujeres, en un número escalofriante, sufren de manera cotidiana el acoso y la humillación. Y son asesinadas.

No puedo por menos de reconocer que, gracias a la vitalidad sin desaliento del movimiento feminista, tenemos conciencia de la gravedad de esta situación injusta, que genera tanto sufrimiento, inadmisible ya en el progreso de la humanidad.

Pero hoy cambiamos el espejo y vuelvo a la visión impresionista: hay otras mujeres. Y sería injusto hacerlas invisibles

Fíjense en muchas de las mujeres que ya hemos vencido esa edad. ¿No nos ven cómo paseamos, vivimos y rondamos las calles, los cines, los teatros, las conferencias, las exposiciones... con alegría y con confianza? No nos sentimos víctimas del tiempo porque habitamos lejos de una soledad impuesta. Porque nos bebemos los días a fogonazos.

Somos mujeres que, sin tener una gran historia probablemente, sí somos conscientes de las ventajas de haber vivido intensamente.

Por ejemplo. En las relaciones cotidianas con nuestros compañeros los hombres, al ir cumpliendo años, vamos ganando en amistad, en complicidades en confidencias. El acercamiento emocional e incluso físico de una mujer mayor al otro sexo en momentos determinados es difícil que sea malinterpretado, que sea juzgado de manera confusa o equívoca, tanto por los personajes protagonistas como por quienes observan.

Las mujeres más jóvenes no establecen conexiones en este grado de sintonía, de afinidad, de inclinación con los hombres, que he observado en mí misma y en las demás al ir avanzando en el tiempo. Sus comportamientos fácilmente son tergiversados, por lo que se muestran más cautas y comedidas.

Pero a nuestros años actuamos con espontaneidad, con desinhibición, porque sabemos y se intuye muy bien que la naturalidad en nuestro trato proviene del ejercicio de nuestra libertad.

Sabemos y se intuye que nuestra alegría y vitalidad las ejercemos porque hemos adquirido seguridad y sabemos asumir riesgos.

Sabemos y se intuye que nuestra personalidad no está diluida por inercias sociales sino que nos definimos, incluso, con un sabio y oportuno «adiós».

Sabemos y se intuye que somos mujeres felices, comprometidas con logros y avances sociales, porque hemos sabido traducir la lógica experiencia en destrezas y habilidades que evidencian con audacia nuestra veteranía.

¿No serían más felices las jóvenes si en su trato habitual pudiesen conducirse como lo hacemos las mujeres avezadas en el tiempo? También en las relaciones entre nosotras, mujeres de edad, se logran avances considerables. No tenemos necesidad de explicitar nuestros sentimientos. Logramos intuiciones antes desconocidas y salvamos dificultades dolorosas y de congoja con más prudencia y tacto.

Las mujeres mayores nos bajamos con cierta facilidad del aburrimiento, de la nostalgia o de la huída para no repetir comportamientos que ya conocemos como inadecuados, inapropiados.

En fin. Seguramente muchas de las ideas expuestas son análogas a situaciones y vivencias masculinas pero, como mujer, he observado más la modificación y la renovación de mi conducta y de mi propio proceder a lo largo del tiempo, así como las alteraciones que se producen en las mujeres que me rodean. Son alteraciones en las relaciones familiares, de pareja, sociales, de trabajo, de amistad, de tiempo lúdico, de expresiones culturales... más o menos reflexionadas.

Hay otras ventajas pero las dejo para otro día.

Leí no sé dónde que conocer que esto no dura para siempre es lo que nos hace ser felices.

Así es que vamos a seguir cumpliendo años. Aprendiendo. Disfrutando.

Y que cumpliéndolos de esta manera, como dice la escritora norteamericana Lucía Berlin, nunca tengamos que decir «¿qué me he perdido?».

* Docente jubilada