Arden las calles y el cielo deslumbra. Avisados estamos de los daños que provoca la radiación solar. Las aceras están llenas de ciudadanos que cubren su mirada con gafas de sol, de cristales cada vez más oscuros. El verde clarito, el marrón acastañado que tanto se lucían antaño, incluso el rosa friki y delirante son cada vez menos frecuentes: las lentes de ahora resultan oscuras como la boca del lobo. La gente desfila con una nariz y una boca, un cuello y un peinado, se sienta en las terrazas con un rostro hierático en el que, gracias a esas tapaderas de diseño, queda oculta la vida entera. ¿Será una impresión subjetiva o podemos decir, objetivamente, que portando estas prótesis todos andamos con la cabeza un poquito más alta, con un ritmo más seguro? Porque... ¿Adónde vamos con nuestros ojitos tapados?

Demos un pasito más: las gafas de sol, ¿protegen nuestros ojos o nos protegen de la gente? Aquí tenemos un tema de verano. Nada de financiación autonómica, nada del teatrillo de Torra y Puigdemont, nada de la oleada de inmigrantes, adiós al conflicto del taxi, olvidemos las dificultades del Córdoba CF, demos un periodo de gracia a los 18,8 millones de euros de superávit que el Ayuntamiento va a destinar a inversiones sostenibles, sea eso lo que quiera ser. Vayamos a lo mollar, a la clave del asunto, a las gafas de sol.

Dice J. que él no saluda por la calle a la gente que las lleva, pues no sabe si lo estarán mirando o no. Si recibe un saludo, lo devuelve, claro, pero no se aventura ante las máscaras. Dice V. que le revienta cuando en su tienda la clientela no se las quita, y percibe en ello un aire de superioridad. Añade M. que no es para tanto, que las suyas son graduadas y a veces se las deja puestas en lugares cerrados porque ve muy bien y no se da ni cuenta. L. tiene cinco modelos, a juego con bolsos, zapatos y estados de ánimo. Y se ríe cuando explica que forman parte de su personalidad, como las hombreras de los años ochenta. Dejamos para otro día la obsesión por las gafas de ese inteligentísimo miembro de La Manada.

La investigación avanza. ¿Habrá protocolo para el uso de las gafas de sol? Recurrimos a Google, nuestro oráculo y guía. Hay entradas para aburrir. Destaca la del experto Roberto Martín, que con simpática ironía explica lo razonable: que hay que quitárselas cuando se entra a algún sitio (y guardarlas, no ponérselas de diadema --felpa en Córdoba-- ni colgarlas en mitad del pecho). Mucho menos chupar la patilla. ¡Por favor, no son un juguete! Y en bodas, bautizos y comuniones no deben utilizarse, no pegan con los trajes de fiesta, pero, vamos, no hay que exagerar y podemos ponérnoslas siempre que las guardemos al entrar en la iglesia o salón. En protocolo.org facilitan las cosas diciendo que el protocolo de las gafas de sol es parecido al de los sombreros. Así que si conocemos cómo debe utilizarse el sombrero ya sabemos cómo comportarnos. No, no les voy a poner aquí el protocolo del sombrero. Búsquenlo ustedes en Google y así unos hackers de Moscú sabrán que usted tiene sombrero, o pamela, o gorra, o tiene intención de comprarse uno, porque si no... ¿A qué buscarlo en internet?

Pero don Roberto nos ofrece un dato clave: cuando nos paremos a hablar con alguien, debemos quitárnoslas. ¿Qué hay mejor que la mirada entre dos seres humanos?, pregunta. Ay, señor Martín, pues precisamente ahí encontramos una de las grandes dudas del usuario. Mire usted lo socorrido que es hablar con alguien con nuestras gafas puestas, sin que esa persona sepa si la queremos o la odiamos, con una sonrisa que no compromete y modulando una voz amable. La timidez desaparece, si un comentario molesta no se percibe, si estamos enamorados no se nos notará en los ojos, incluso podemos decir algo desagradable desde la distancia que nos ofrece este parapeto. ¿Podremos prescindir de tantas ventajas en aras de la cortesía? Una cosa es exhibirnos en Facebook y desnudar el alma en las redes y otra renunciar a las oscuras lentes que nos protegen la vista de la radiación solar y nos ocultan del mundo como si lleváramos la escafandra de un buzo. Y encima favorecen.