Es de agradecer el acierto de las autoridades del momento con la liberación de aquellos terrenos de Renfe. Muchas fueron las distancias, tantas como las críticas y ocurrencias, como pasó, también, cuando se limitó el tráfico y se agrandó el paseo peatonal en Gran Capitán. ¡Menuda ocurrencia! ¡Esto es pueblerino! ¡Poco práctico y antieconómico! ¡Un desastre para el comercio en el centro de la ciudad! Porque los cordobeses tenemos mucho de Sénecas, somos Sénecas, más de lo que corresponde a la verdad. Podemos, tenemos derecho y nos ahoga la ocurrencia, aunque se corresponda con una sandez o una serie de ellas.

Avenida de la Libertad, El Vial, Parque de las Tres Culturas o del Colesterol y hasta Paseo Marítimo, ha sido una respuesta clara a la clara y acertada intención de los responsables en la iniciativa, la gran medida para la higiene local de la población. Perspectivas para todos los cordobeses y en una realidad diaria de crecimientos, conservación y hasta optimismos. De un lado y en arrancada, la Estación, que ya nos aleja de rutinas o nos impregna con un tufillo cosmopolita y cómodo. Al frente, si alargamos la mirada, imaginas, si acaso, la certeza de un fin. Un fin que parece ser vegetal y lo será en la brumosa lejanía.

Y empezamos a andar a nuestro ritmo, a correr, si nos atrevemos, para escurrir perezas, aprensiones, o limpiar la mente de los malos presagios que a veces tocan. Como en un milhojas con más realidad y recuerdos o propósitos que azúcar estratificamos evocaciones y proyectos, a medida que andamos. Los jóvenes van ligeros, con más fuerza y menos peso, corren y, a veces, mucho: tienen cosas que hacer y sus músculos poseen la densidad y firmeza necesarios. Los proyectos tienen que ser elásticos y el geosinclinal crece y crece para llegar a ser grande. Así, las capas del alma se van sedimentando al paso hasta ir conformando la pirámide de la personalidad y de la vida, día tras día, paso tras paso, con las impresiones y el cambiante horizonte al que todos acabamos llegando.

Es la vida, que discurre con cada paso, con cada zancada: las cargas y los proyectos, que se depositan en alguna parte de nuestros cerebros, mientras nos salta el corazón haciendo su trabajo. Una capa tras otra con el tiempo y los suspiros, una materia de ilusiones, dolores, sueños, proyectos y, claro, también alegrías, a lo largo de cada espacio, de cada tantos pasos o latidos, de cada saludo a los amigos que vamos haciendo a través de las miradas y los días. La pirámide crece y crece de forma inversa a la rapidez en el trayecto porque la experiencia se compensa con la ligereza en los huesos y la falta de elasticidad en las fibras. Es el peso de tanta vida, de los días nublados en que no nos pasa nada y sin embargo...

Al final del Vial pasamos el «Atlantes» y podemos encontrarnos con uno de esos trenes, tan rápidos, que se nos quedan más en los oídos: Los AVE cargados de personas que van y vienen Dios sabe de dónde. Sin decir adiós, la mirada se alarga para ver el final del convoy y el corazón nos late en la garganta por la perspectiva suficiente de la curiosidad y la carrera.

Cuando llegamos al final, al parque del Dr. Alfonso Carpintero, como si hubiéramos triunfado, estiramos los músculos e hinchamos el pecho, entre los árboles, tal vez dichosos. Hoy, además, nos volvemos a encontrar con el joven trompeta, que se empeña en crecer, en mejorarse, y, aunque inútilmente, saluda con su balada a los viajeros.

* Profesor