A través de un amigo nicaragüense recibo esta carta de Valentina, una joven de 23 años, estudiante de la Universidad Centroamericana (UCA) en Managua. La carta dice así:

"(...) Si alguien va a decir algo de mí, espero que sea: que fui anarquista y que vi lo qué hay.

Solo somos ácaros en el universo pero en el diorama que habitamos, la crueldad es omnipresente, infinita y lo define todo; es lo más parecido que hay a un dios. Un caleidoscopio de codicias, abusos, despojos, humillaciones, ascos, indiferencias y consumismos son los ethos que estructuran mi país y el mundo. Por eso a las y los anarquistas los asesinan o se suicidan o se van a vivir al bosque. Es lo que hay.

Le doy la razón a Camus: creo que todos nuestros guiones teatrales, -esas vidas que jugamos a vivir-, son histerias que nos sirven como interludios entre la eternidad y sus silencios naturales. Adoptamos guiones para distraernos de la ausencia de un significado inherente a la vida. Pero esos guiones se vuelven rutinas en bucle cuando abrís los ojos, y a mí ya no me distraen. Ahorita, siempre, en cada rincón del mundo palpitan sufrimientos incalculables, y creo que solo cuando se nos quiebra el teatro es que nos volvemos capaces de sentir esos dolores como propios, que no es lo mismo que sentir lástima. A mí por lo menos me pasó así, mi empatía fue parida por el horror y se quedó huérfana. Entendí que mi dolor no es único, pero eso no es ningún consuelo.

La verdad es simple: ya me cansé de sufrir y de ver sufrir. Ya no estoy esquivando balas todos los días en una barricada, y no concibo nada igual de importante que hacer. No sé quién soy después de eso y me aburro mucho, supongo que eso es en parte estrés post traumático, en parte el existencialismo innato de cualquier ser racional. No veo plausible para mi país la libertad y la equidad social que se reivindicó con la anarquía en 2018. Soy realista. Estoy viviendo en una dictadura pero mi vida es mía, y no tengo por qué seguir soñando con los cadáveres que he visto. No quiero saber nada de reunioncitas de salón con discursos melosos; la moralidad performática de ese juego político se reduce a espejos del ego y anhelos de poder. Solo eso queda. No estoy obligada a envejecer siendo otra espectadora más del canibalismo, sobreviviendo a punta de esperanzas infantiles, como si yo no supiera ya que todo es cuestión de dinero, que el dinero pudre, y que al final las cúpulas más podridas son siempre las que deciden. No estoy dispuesta insultar mi inteligencia disociando mentalmente para mitigar la repulsión que siento por todo esto.

Yo no voy a participar de este circo ni me voy a quedar a aplaudir. Yo elijo preservar lo que queda de mi dignidad antes de que me siga siendo cercenada. Elijo la libertad. Yo sé que no pasa nada cuando nos morimos, que simplemente dejamos de existir, y yo elijo dejar de existir. Hoy por fin decido yo, porque como dijo Yesenin; morirse no es nada nuevo... pero tampoco es nada nuevo seguir viviendo".

Valentina se suicidó el 6 de enero de 2020.

* Comentarista político