Afortunadamente cada vez hay menos españoles avariciosos que se dejan embaucar por los pícaros timadores de la estampita. Pero se siguen dando algunos casos, incluso en la mismísima Puerta el Sol. Por eso, no resulta extraño que muchos políticos constantemente nos tomen por paletos a la hora de justificar lo injustificable, con recursos pariguales a los usados para efectuar el clásico timo de la estampita, Actitud reconvertida en tácticas electorales que parecen pergeñadas para engañar a los idiotas que componemos el pueblo soberano.

Buen ejemplo de lo que acabamos de escribir es la manera, entre pueril y maliciosa, de enjuiciar la última obstrucción a la investidura. Todos los partidos consideran que tuvieron un comportamiento patriótico irreprochable para satisfacer la voluntad de sus electores. Pero lo cierto es que, tomándonos por palurdos a los que pueden engañar dándoles en vez de billetes recortes de periódico, se dedican a culpar del desastre a los adversarios, sin reconocer sus solemnes equivocaciones. Unas conductas deplorables que nos han llevado a las absurdas nuevas elecciones, cuyo resultado es muy posible que, según anticipan las encuestas, desemboque en una situación peor que la precedente.

A lo anterior pueden sumarse las consuetudinarias promesas de Pedro Sánchez sobre la subida del sueldo mínimo y las pensiones en las campañas que preceden a los comicios. O la calculada moderación centrista del PP que, para ser medio creíble, necesitaría que anulase todos los acuerdos contraídos con los criptofranquistas de Vox, que ni siquiera tienen identidad con las extremas derechas europeas, las cuales bien se guardan de jalear a los dictadores. O los vaivenes del volatinero y contorsionista Rivera que, sin presidir autonomía alguna ni gobernar grandes municipios, se encuentra en un desgaste vertiginoso, porque ha conseguido que nadie sepa si mañana va a cantar el himno socialista con la banda de Sánchez o Cara al sol con el reverendo prior de Cuelgamuros. Tal vez prefiera esto último, pero todo es posible en Granada cuando algo huele a podrido en Dinamarca.

Y no digamos si, trasladándonos a los arrabales de la política, reparamos en el letrado de la familia Franco, personaje que, como su padre, considera a la democracia algo fétido, que sin tapujos abomina de la Constitución y de la Unión Europea, pero que nos cuenta --tomándonos por necios de la estampita-- que va a recurrir, con muchas probabilidades de éxito, la sentencia del Tribunal Supremo sobre la exhumación del Centinela de Occidente, al Constitucional de España y a la Corte de Estrasburgo. Ya nos gustaría que apelase a esa instancia internacional que vela con escrupulosa exquisitez por los derechos humanos que sistemáticamente fueron infringidos por el compinche de Hitler y Mussolini.

Pero, sobre todos, nos timan, tomándonos por lerdos de escaparate, nuestros reaccionarios de tomo y lomo que se comportan como piojos resucitados, mientras olvidan, sin dejar de hacer mangas y capirotes, que quienes ensalzan a los dictadores han perdido la dignidad, por muchas banderas que enarbolen.

* Escritor