Una vez más, con mucho acierto, se encumbran Los Pedroches con teatro popular en la calle. No es cosa baladí. Bien es cierto que se trata de una representación más entre las significadas escenificaciones de La Vaquera de la Finojosa, el Halcón y la Columna de Belalcázar o el Auto de los Reyes Magos de El Viso, pero es la primera vez que se hace en la capital histórica de la comarca. Al igual que aquellas, cuenta con los ingredientes al uso consagrados para el éxito, que no son pocos. En primer lugar, la teatralización de un evento notable de su historia, como es la Toma y Destrucción del Castillo de Pedroche por la multitud del vecindario, que da pábulo a la intitulación de la obra de Carlos Boves (Asonada, 2009). La villa medieval respira por sus poros los efluvios de su pasado. Sobrada es la significación de esta torre de eminente carácter defensivo -también en el período clásico y altomedieval (etapa musulmana)-, que encuentra un protagonismo especial en el ocaso del Medievo (s. XV) cuando la vecindad encendida con encarnizada furia derrumba la fortaleza con una asonada entreverada en los vericuetos históricos de la Guerra Civil castellana entre doña Isabel la Católíca y Juana la Beltrajena en 1478. La posesión intimidatoria de la fortaleza del señor de Santa Eufemia, don Gonzalo de Mexía, encuentra en esta ocasión confrontación directa y la pulsión enardecida no solamente de la vecindad de Pedroche, sino de las gentes de Torremilano, Torrecampo, Pozoblanco, etc., que consiguen el derribo definitivo de la principal seña de identidad de la villa: su castillo. Eso es lo que se representa.

Uno de los mayores créditos de la obra se encuentra en la representación en la explanada existente entre la ermita de Santa María e iglesia del Salvador con su imponente torre renacentista: es decir, en el corazón mismo del acontecer del evento histórico, donde se traspira de forma material y simbólica la vibración de la Historia. Nada más, y nada menos, que la benignidad de las noches de verano, con el venticello placentero de la cima del espurio castillo, junto a un marco destacado de su Historia. No obstante a todo ello, creemos que los mayores quilates de la obra se encuentran en otra parte. Nos referimos a la escenificación popular con la intervención de vecinos de la villa histórica y sus alrededores (pueblos de Los Pedroches). Como en las citadas obras de los pueblos arriba referidos, es el ingente reparto de actores (más de 200) no profesionales lo que le otorga auténtica singularidad y grandeza. No son gentes del oficio (actores profesionales), sino voluntarios ciudadanos de calle que se prestan con infinita ilusión a sumergirse en el sueño de la farándula. Protagonistas de excepción, actores por un día. Qué grandeza tiene esa disponibilidad de sacrificar su tiempo para vivir soñando; y soñar viviendo que son otros, en un mundo distinto y distante al de nuestros días. Realmente no para ahí la cosa, porque es todo el pueblo el que vive y sueña una experiencia singular. No se trata simplemente de recuperar la Historia, de recrear un pasado señero (desgraciadamente no tan conocido por todos) que se constituye en pilar esencial del edificio teatral, sino de vivenciar entre todos una experiencia que exige fuertes lazos de confraternización. Léase en este sentido que Pedroche es una fiesta, no solamente en la teatralización específica, sino en esa trama previa de preparativos que encienden los ánimos en la colaboración de actores, tramoyistas, sastres y vecindad en general. Ahí es donde se encuentra el auténtico valor de una obra que va, con mucho, más allá de la representación escénica y su proyección exterior y -digamos- turística y de atracción provincial. Verdaderamente es aún más profunda la significación que tienen estos eventos. La conjugación de la Historia, espacio natural y escenificación del pueblo (en toda su esencia) constituyen el mejor caldo de cultivo para crear señas de identidad. La construcción de su propio imaginario. Como he referido en otras ocasiones, este teatro no es cara a la galería, amigos, es una escenificación desde dentro y para adentro (a pesar de los focos y expectación externa, marketing, proyección turística...). Tampoco los espectadores lo son en estricto sensu, porque de alguna manera participan de manera directa en el evento y se integran en él vivenciando un hecho real que trasciende la mera representación de la farándula al uso.

La Asonada de Pedroche no es en forma alguna un evento superficial, una superchería o una simple actuación de moda. Es una necesidad en toda regla. Se trata de vivenciar el pasado de sus predecesores en contextos y lecturas diferentes, que ahora secundan con la fuerza identitaria que les define y singulariza. Es una obra de reafirmación y orgullo de su tierra y su pasado. De revitalización de sentimientos y pasiones encontradas. Es la satisfacción por sentir grande lo suyo, que da sentido a parte

de su existencia como colectividad. Léase pues, que Pedroche nos muestra en toda su esencia el Teatro de su Historia. La comida está servida para seguir, en años subsiguientes, confirmando argumentos de integración y subsistencia.

* Doctor por la Universidad de Salamanca