Cuando subió, en 2019, el salario mínimo interprofesional (SMI) ya comenté algunas cuestiones para poder analizar esta subida. Ahora, lo han vuelto a subir, esta vez a 950 euros brutos al mes. Existe mucha controversia sobre los efectos positivos o negativos de subidas del SMI; controversias provenientes de opiniones divergentes, en muchas ocasiones, más motivadas por razones de ideología política que por análisis y conocimiento real de la marcha de la economía. De hecho, una cuestión que puede parecer justa, social y positiva a medio y largo plazo, sobre todo para determinados grupos desfavorecidos, puede estar creando más distorsiones en un mercado de trabajo, como el nuestro, ya de por sí muy distorsionado y que no consigue bajar de una tasa de desempleo del 8% ni en los meses más afortunados y con burbujas económicas gigantescas. Bueno, al menos vamos a repasar algunos de esas afirmaciones del SMI sobre las que no se ponen de acuerdo los tertulianos de la tele, a ver si podemos saber qué tienen de verdad y qué de imaginario ideológico.

La primera afirmación que se está discutiendo es si subidas del SMI destruyen empleo o no. Cuando se consultan distintos estudios científicos en diferentes países y años sobre colectivos diversos, se puede observar que existen resultados variados y, por tanto, no se puede afirmar categóricamente esta destrucción de empleo por efecto del SMI. Sin embargo, el Banco de España ha publicado un documento donde se realiza un análisis (objetivo) sobre si la subida del SMI del año 2017, cuando este alcanzó los 707,6 euros, tuvo efectos en nuestro país sobre el empleo. En este caso su conclusión es que sí, que este aumento produjo una mayor probabilidad de perder el empleo entre los trabajadores afectados, especialmente los de más edad. También se señala que, si bien la subida de 2017 resultó del 8%, la de 2018 que fue de algo más del 22% está teniendo un mayor efecto en la probabilidad de irse al paro por ello.

Al mismo tiempo, esta mayor posibilidad de pérdida de empleo y otros factores, como la recepción de menores ayudas sociales por mejora salarial, hacen que tampoco sean concluyentes los resultados sobre si la subida del SMI ayuda a las familias de menor renta y las saca de situarse por debajo del umbral de la pobreza. De modo que, tampoco está demostrado por estudios científicos. Evidentemente, si no se puede demostrar que esa subida mejore la renta, tampoco se puede afirmar que mejore el consumo. En esto hemos de mirar dos cosas. Una de ellas es que si se computa el aumento de sueldo de los que no han perdido el empleo, con la desaparición del mismo para los que sí lo han perdido, en media no cambia nada a nivel macroeconómico. Otra es que los aumentos de los salarios conllevan un mayor coste laboral que es internalizado en el precio de los productos, es decir, incluso aunque aumentara la renta de los hogares, por efecto de la inflación tampoco habría un aumento del consumo en términos reales.

Respecto al tema de los costes laborales, se debe considerar que un SMI de 950 euros al mes hace que un empresario pague unos 1.400 euros, ya que, aumenta la base de cotización a la Seguridad Social. Vamos, que se van unos 450 euros en impuestos, es decir, un 47% de lo que va a recibir en bruto el trabajador. De este modo, lo que sí hay es una pérdida de competitividad de la empresa, algo siempre alarmante en un entorno globalizado donde se compite con empresas extranjeras que no van a tener ese incremento en sus costes. A unas malas, el empresario puede perder margen de beneficio para no repercutir en precio y no perder competitividad ¿pero es eso siempre posible? Pues no, depende del tamaño de la empresa, de los márgenes, etc. Y de ahí viene otra afirmación que se suele realizar: que la subida del SMI a quién más afecta es a las grandes empresas. Aquí sí que se puede decir taxativamente que eso es mentira. Por ejemplo, los salarios por debajo de 1.500 euros brutos mes se concentran masivamente en trabajadores de pequeñas empresas y de autónomos, según la EPA.

Al final lo que llama la atención y mucho, es que nadie se escandalice de que un empresario pague 1.400 euros mes y al trabajador le lleguen 950 euros brutos y unos 800 netos. No hay que subir el SMI, hay que bajar los impuestos, y, sobre todo, el impuesto al trabajo, es decir, las cotizaciones sociales. A ver si hacemos de una vez las reformas que hay que hacer, y nos dejamos de congratularnos por tener una administración pública fagocitadora.

* Profesora de Economía financiera Universidad de Córdoba