¿De dónde surge la Fama? Según la mitología, la primera Wikipedia del ser humano, la Fama es hija del Amor y la Indigencia. Aquí el Amor, sin ocultar un trasfondo machista, es el efebo pervertido en una noche de borrachera. La Indigencia casi es su par resabiado, una cigarrera que se fuma todas las esquinas de la lujuria. En otro artículo de hace una miaja de años, recurrí a este referente mitológico. Y ya saben que el pasado siempre vuelve, más aún acuciado por los acontecimientos vividos recientemente.

La Fama es una de las cordadas de la posteridad, la que precisa hacerse notar por su falta de linaje. Por ello, ha de recurrir frecuentemente a la provocación. La transgresión es consustancial a la condición humana. Es la misma que sirve para establecer en las ciencias un cambio de paradigma o convertir a un hipster en un personaje trasnochado tras un cambio de temporada. La transgresión, luego del escándalo, se sublima y perpetúa a reyes absolutistas con pelucones y tacones altos, o lleva a los salones más pudientes el tango, aquel baile que se fermentó en los arrabales porteños. Courbet pintó un coño hiperrealista cuando la jurisdicción de las constricciones partía de las tobilleras. Picasso se hizo grande con el tribalismo cacofónico de las señoritas de Aviñón. Y en su larga marcha para enfundarse un óscar con la impronta de la Callas, lady Gaga se arropó en una gala con entrecots y rabadillas, e incluso con esas carrilladas que nunca faltan como opción en el menú navideño.

Mas a esa Fama provocadora y borbollante le sucede lo que al atlas terráqueo: quedan pocos puntos por explorar. Y la zona de confort de estos caladeros mira hacia los clichés religiosos de unas confesiones que renunciaron tiempo ha a las ordalías y a los autos de fe. La provocación saltó en el patio de la Merced, con ese reverso tenebroso de la iconografía de Murillo. Con esta procacidad proto artística imperante, dar que hablar es la primera argumentación para libar fama. Prueba de su eficacia es que también este articulista ha caído en su rica miel.

Lo que ya no encaja tanto es el ardid de la libertad de expresión, que cabalga sobre la indignación de muchos sentimientos religiosos. El clamor de los ofendidos los llevaba al damero de los retrógrados, y presentía remitir a los que ofrecían misas de desagravio a una atmósfera preconciliar. No me busquen firmando un manifiesto en favor del cuadro rasgado. Y más tras el pesar de la muerte de fray Ricardo de Córdoba, un franciscano que con su carisma ha marcado el devenir cofrade de esta ciudad en la última cuarentena de años.

Conozco tangencialmente el mundo de las hermandades cordobesas, y pueden tener cierta fundamentación ciertos inveterados prejuicios, y hasta posjuicios. Pero en este caso veo demasiado gratuito ese peaje por el desprecio. Posiblemente, alguna mala copia de la Inmaculada de Murillo colgaba en esas iglesias reventadas por los yihadistas en Sri Lanka. Y un ave maría pudo ser el último rezo de los cartujos degollados en Nuestra Señora del Atlas por integristas argelinos. Todos mis respetos por la feraz provocación de la redacción de Charlie Hebdo, que miró a la muerte haciendo un corte de mangas. Aquí son bellos, que no provocadores, los versos enrejados de Reinaldo Arenas, mártir del castrismo como lo fue Neruda de las tanquetas pinochetistas. La libertad de expresión es tan hermosa que no merece defenderse de la rebeldía, pero sí del oportunismo.

* Abogado