Cercanos en el tiempo, y empezando a alejarse psicológicamente, quedan atrás los formidables espetos de sardina mediterránea con jarra de cerveza, de medio litro nada menos, una pinta, y los baños en la piscina con agua de mar y en el mar mismo, si disponía de músculo joven para ayudarme a salir del agua, pues es sabido es que en nuestras playas malagueñas hay un escalón que dificulta la salida de los mayores.

Aquellas gentes de las hamacas y grandes toallas de colores vivos tendrían en el fondo de su corazón preocupaciones, pero no se les notaban, pero a estos vecinos míos, algunos con mal reintegro a la rutina, les denuncian los entrecejos fruncidos.

Aquí no tengo los espetos, pérdida sensible, pero sí tengo los dos medios de nuestro Moriles sin filtrar, que son gloria bendita para las personas de buena voluntad y salud derecha.

En septiembre abrimos, nos abrimos a nuestra vida condena, a nuestros hábitos, a nuestra rutina, que no es ni buena ni mala, ni todo lo contrario; es lo que hay.

En realidad no me voy a ceñir un cilicio, sino simplemente a cambiar el cinturón blanco por el negro, y a ponerme calcetines.

Al abrir la puerta a nuestro otoño, ya no recibimos un bofetón de calor, aunque lo haga. Ya no es como abrirla a un horno.

Al abrir la puerta a nuestro otoño, volvemos a nuestras retransmisiones televisivas en programas especiales y a nuestras lecturas, dejando las policiacas amontonadas para devolverlas. Ya me entendéis: cuando escribo aquí novelas policiacas me refiero a los que son de entretenimiento liviano, normalmente prestadas, nos a las de buena literatura, como por ejemplo las de Georges Simenón, uno de los maestros de la novela corta, con y sin Maigret.

Al abrir la puerta a nuestro otoño se abre nuestro mundo a nuevas perspectivas, como por ejemplos, para mí muy significativos, en el teatro y en la música, en nuestra orquesta nada menos que con nuevo director.

Ya conocemos el programa del curso y nos parece sugestivo, esperemos que su realización nos complazca y que el crítico feroz, que a tantos melómanos de buena fe pone de mala leche, no lo reciba de uñas. Que para uñas, las de gato.

Por razones de salud mi asistencia a las sesiones de nuestra Real Academia en el pasado trimestre no fueron suficientes, todas las que a mí me habría gustado. Espero poder seguirlas asiduamente y trabajar en ellas, pues la actual junta rectora está metida en el loable empeño de rescatar la vida académica de la mediocridad en que había sido sumida en los finales del anterior mandato.

Al local del Ateneo creo que podré llegar pasito a paso con la ayuda del bastón. Esta institución, que este verano ha ofrecido cine, seguro que ofrecerá con regularidad actos culturales de sumo interés el próximo curso. No le hace ascos a nada bueno: conferencias, debates, presentaciones de libros…

Así lo hará el Círculo de la Amistad, a cuya comisión de cultura pertenezco. Pronto ofrecerá una bomba de buena luz en su biblioteca, suceso al que no soy ajeno. Y pronto el inagotable Gahete empezará a desarrollar algunos de los muchos propósitos que siempre acumula en su agenda.

De Mucho Cuento se espera siempre mucho y en este curso, un taller de lectura que me atañe directamente, que atañe a mi último librote, Cuentos Completos. Por cierto que el parto me dejó vacío; ya me voy recuperando como saben los seguidores de mi web.

Volver al Gran Teatro sin olvidar el Góngora es una magnífica noticia. Buena para los abonados de la orquesta y los amantes del teatro. Buena para todos.

Y muy buena noticia es que se reabra el Palacio de Congresos y nos olvidemos un poco de la caja de zapatos que nos dejó Castillejo en las afueras de todo.

Y patios y tabernas seguirá habiendo, como siempre y, pasado el verano, sin codazos para entrar.

Barcelona exporta mucha inquietud, pero también cosas buenas, como la prohibición a los ciclistas de circular por las aceras. Podríamos reeditarla aquí si bien paralelamente hemos de aprender a respetar, a dejar libres, los carriles bici. Cada cosa en su sitio y cada uno en su lugar, eso es el orden.

Y termino con una frivolidad futbolística: vi por televisión el partido del Córdoba y yo no lo vi tan malo como he leído en nuestro diario. Un par de anécdotas de distinto signo pudieron determinar un mejor resultado: que la parada del penalti hubiese sido definitiva y que la mano que hizo otro se hubiera quedado en la espalda.

* Escritor. Numerario de la Real Academia de Córdoba