Al intentar -hercúleamente- conducir a su país a un nuevo horizonte nacional e internacional, Gorvachov albergaba plena conciencia de que la asignatura de la memoria histórica iba a ser una de las disciplinas más difícil de cursar en el proceso de transición por él admirablemente acometido. Pues, en efecto, nadie como él tan familiarizado desde la niñez con los genocidios y atropellos llevados a cabo en algunos de los hitos del terror estalinista. En sus desperdigados recuerdos describe la hondura de la huella de los relatos escuchados en su niñez acerca de las «hambrunas» que martirizaron a las poblaciones de su infancia como una lancinante página de su país necesitada de reparación y memoria.

No obstante, las exigencias ineludibles de la coyuntura sobre la que se proyectara la Perestroika, determinaban que la preocupación por el futuro inmediato del inmenso país se impusiera sobre cualquier otra. Había que escribir el próximo mañana antes que reescribir el inmediato ayer. Con resuelta voluntad de ajustar su actividad a tan perentorio guion, el timonel de la transición postsoviética se mostraba igualmente inclinado a no ensanchar los traumas de la conciencia nacional, restañando a toda costa heridas y escisiones; y dejar para un periodo ulterior el abordaje de una cuestión delicada y compleja como pocas en una nación, en que la crueldad y el exterminio del «enemigo» alcanzara en su etapa contemporánea cimas con muy escasos paralelos históricos a escala interna y externa.

Sin embargo, su accidentado mandato no ofreció al encomiable líder de la Perestroika la oportunidad de enfrentarse con una mínima latitud a tema tan enrevesado y difícil. Las candentes urgencias internas y externas se sucedieron incesablemente en una de las fases, a nivel nacional y mundial, más densas y aleccionadoras de la última centuria -el súbito desplome de una superpotencia dueña de recursos de toda índole-, sin abrir espacio en la agenda del estresado habitante del Kremlin para ocuparse con el insoslayable detenimiento de un problema de indudable relieve e inocultable magnitud.

Empero, mientras más se avanzaba en la liberalización del país y en el espíritu y talante de la Perestroika se potenciaba con mayor peralte una dimensión hasta entonces difuminada. El retorno irrefrenable de la religión tradicional al primer plano de la sociedad rusa afrontaba a esta, de modo inesquivable, a hacer una relectura de su pasado más cercano en la que la implacable persecución de la Iglesia ortodoxa ocupara un lugar central. La memoria histórica, nucleada hasta la fecha en el monótono cuadro dibujado por los vencedores sobre los derrotados, cobraría en los estertores de la Perestroika y en el caótico periodo del presidente Yeltsin un color e intensidad desconocidos al reaparecer en la cotidianidad rusa un actor antaño de primer orden y decisivo en su andadura histórica.

* Catedrático