En menos de una semana, Quim Torra ha protagonizado dos lamentables incidentes en el ejercicio de un cargo, el de ‘president’ de la Generalitat, que demanda la defensa de ideas y posiciones que representen al conjunto de la ciudadanía de Cataluña. La negativa a abjurar de las vías unilaterales que desbordan la legalidad democráticamente aprobada indican una tendencia regresiva: la de la confrontación que tan malos resultados dio en octubre, incluso para quienes de buena fe defendían la causa independentista. El presidente catalán ha optado por la bronca, desmintiendo así con los hechos sus expresiones de buena voluntad negociadora, por otra parte muy difíciles de creer.

Ni siquiera para el independentismo es aconsejable convertir la presidencia de la Generalitat en una plataforma de reivindicación continua, máxime si las demandas que se plantean no representan a una mayoría de los catalanes. No hace más que inflamar el conflicto en lugar de desescalarlo. De idéntica manera, el vacío institucional al rey Felipe VI en los premios Princesa de Girona solo está justificado por una concepción partidista de las instituciones. Resulta paradójico aceptar un cargo que sanciona el jefe del Estado para después dedicarse a menospreciarlo.

No auguran nada bueno tampoco las maniobras previas de Torra antes de reunirse con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. ¿Tiene sentido para alguien que pretende negociar seriamente adelantar desde Washington su intención de plantearle la posibilidad de pactar un referéndum de autodeterminación, a sabiendas que la respuesta solo puede ser negativa? ¿O está simplemente Torra intentando reventar ese encuentro para satisfacer a los sectores más radicalizados del independentismo? Este tipo de comportamientos convierten cada día que pasa al independentismo en un movimiento más pintoresco y antisistema a ojos del mundo...

El Smithsonian, la entidad que invitó a Washington a la cultura catalana, tuvo que alterar su programa para evitar otro enfrentamiento con el embajador de España, Pedro Morenés, que se limitó a cuestionar la versión de Torra del conflicto catalán. Si el ‘president’ pudo ofrecer su versión, el diplomático estaba en su derecho a ofrecer la del Estado. Tras los incidentes, si lo que buscaba el independentismo era apoyo internacional a su causa, lo que encontrará es un vacío mayor. Convendría aclarar en qué fuerzas políticas se sustenta la presidencia de la Generalitat. Porque ni Esquerra ni el PDECat se muestran, en privado y en sus documentos estratégicos, partidarios de esta estrategia de tensión y regreso a la unilateralidad, sin que ello suponga que renuncian a sus objetivos. Si no logran que el jefe del Govern secunde esa línea, la coalición tendrá un azaroso futuro y los catalanes un problema que engordan sus propias instituciones.