No se extrañen de la palabra palabro (en todo debe estar el lenguaje no sexista); es la que he encontrado para expresar mi manera de hacer deporte en mi casa y así paliar el encierro del encierro: tiritar, temblar, contorsionarme, convulsionarme, agitarme, sacudirme cada vez que oigo a los que me van a cobrar por el recibo de la luz. ¿Quiénes? Pues los impuestadores; o sea, uno para mí, cien para ellos, y ya me puedo ir a las rebajas. Mis pesadillas son reales; no de las que me despierto ahogado y me digo: Menos mal que ha sido una pesadilla. Aquí, de dormir nada; real y muy real, y sin posibilidad de despertarme a otra realidad. Esto es lo que hay; no puedes escapar, chaval, no puedes evadirte. A pagar y a callar. Tu vida no es un sueño sino la continua pesadilla del recibo de la luz. Eres el esclavo, pero sin grilletes; la más refinada esclavitud: la de que te crees que eres libre. Y ahora quién es el guapo guapa que enciende una luz, un brasero, un grifo, una ducha. Por el agua y por el enchufe sale una carcajada interminable, y me dice que soy un pringado, y que coja la piocha y siga trabajado para el señorito. Lo que usted diga, señorito; sí, señorito; muy agradecido, señorito. Y enero... ¡Ahora es el mejor momento de meter otra púa de impuestos! ¡El 27% en el recibo de la luz! Y a ver quién es el guapo guapa que protesta. Y hacer palmas con las orejas para calentarme las manos y echarme con el aliento la poca calefacción que no paga impuestos. ¡Que te crees tú eso! ¡Aquí se paga hasta por respirar! Y si no que se lo digan a mi mascarilla, que ya hasta me sirve de bufanda. ¡La madre que os dio a luz, qué bien nos la montáis! Culpable por querer ver, por calentarme y por lavarme. Azotado con el peor de los azotes: el de obligarme a creer que soy libre. Ni el horno está ya para bollos. El frío del frío. Hasta por rascarme los sabañones tengo que pagar impuestos. Hacienda somos todos pero no todos. ¡Viva la igualdad! Paso junto al contador de la luz, y suspira, agoniza, tose, pero sigue sumando vatios. Yo le digo que me había dicho que no me subiría el precio de la luz. El contador se ríe, se ríe. Oigo una voz; mitinea; ¡impuestos a los ricos! Yo me echo a temblar, y no de frío polar, sino del frío del infierno y la señora que nos da a luz.

* Escritor