La decisión de enviar a prisión sin fianza a Oriol Junqueras y a los consejeros del Gobierno de Cataluña que se habían desplazado a Madrid citados por la juez Lamela, no por temida, ha dejado de sorprender por su dureza y avivado de nuevo la hoguera del independentismo. Los líderes encarcelados repiten los llamamientos a las manifestaciones pacíficas y confían en las elecciones convocadas el 21-D por el Gobierno tras la implantación del Art. 155. Pero, esa muchedumbre que les sigue, ¿aguantará o se creará un estado de descontento y rebeldía que las ponga en entredicho? Porque se repite mucho el carácter pacífico de los catalanes en general, pero existen muchos episodios que niegan este supuesto carácter. Remito a la historia y, en su apoyo de ficción, a ese capítulo de El Quijote en el cual cogiéndole la noche de camino a Barcelona al hidalgo y a su escudero, le preguntó D. Quijote a Sancho de qué tenía miedo, a lo que este respondió que todos aquellos árboles estaban llenos de pies y de piernas, a lo que le dijo D. Quijote que «esos pies y piernas que tientas y no ves sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en esos árboles están ahorcados..., por donde me doy a entender que debo de estar cerca de Barcelona». El bandolero Roque Guinart les dio ejemplos a los dos manchegos del por qué él se andaba en aquel oficio. Muchos otros momentos de violencia y represalia han sacudido la nación catalana, por bandolerismo o por luchas sindicales o políticas, si no es que todo viene del mismo corte.

Dicho esto, es frecuente afirmar que el independentismo catalán de nuestros días es una quimera. Y no digo yo que no, sino que me pregunto el por qué. Si vamos a la historia más reciente, recordaremos que Francese Macía, líder de Esquerra Republicana, proclamó unilateralmente la Republica Independiente de Cataluña en 1931 unas horas antes que en Madrid y que la retiró un par días después a cambio del Estatuto de Nuria, votado en referéndum popular con el 99% de los votos. En el 1934, ya muerto Macía, el nuevo presidente Lluís Companys volvió a las andadas separatistas en 1934 dentro de una pretendida república federal española, y el Gobierno republicano declaró el estado de guerra y el ejército tomó la Generalitat y detuvo a Companys, quien solo salió de prisión cuando las elecciones de febrero de 1939 le dieron la victoria en las urnas. Por poco tiempo: con la caída de Barcelona por los nacionales, Company huyó a Francia, la Gestapo lo atrapó y se lo entregó a Franco, quien lo fusiló.

Aunque en la pretensión de Puigdemont de declarar la independencia, anularla y volverla a declarar ante la negación del Gobierno de Rajoy de negociar y su final huída a Bélgica; y aunque la esperanza de los miembros de Parlament huidos o encarcelados pudiera tener en mente el caso Company para su liberación y vuelta a empezar, de ningún modo quisiera hacer un paralelismo de la situación de los años 30 del siglo XX con los tiempos presentes. En absoluto: vivimos en una democracia y bajo un Estado de derecho. Justamente lo que quiero señalar es la diferencia esencial del contexto: nuestro Estado es una monarquía parlamentaria y no veo engranaje alguno para una república excepto la secesión. Los vivas al Rey de los manifestantes el 29-O me hacen pensar, pues, si la dialéctica no es tanto Independencia vs. Constitución, sino más bien Monarquía vs. República. Es un matiz que hace la pretensión soberanista «intolerable» y la política judicializada. O, como dijo el otro Guerra, hay cosas que no pueden ser y, además, son imposibles.

* Comentarista político