Nuestra olla política cuece con desmedida ebullición: putas, herriko tabernas y Waterloo. Nos movemos más allá de la irritación casi circense de nuestras derechas y los imposibles equilibrios malabares del presidente Pedro Sánchez para sacar los Presupuestos Generales del Estado. Entre tanto, la cocina del mundo enfría su optimismo económico a causa de la batalla comercial USA-China que nos aproxima a una suerte de futuro político inquietante.

Trump transporta al mundo a una guerra fría, de momento económica, cuando abre y cierra a su antojo las compuertas de ese gran canal llamado comercio que da vida al mundo. Esta decidido a «bloquear el plan de dominio económico, tecnológico y político de Pekín», según leemos en The New York Times, para lo que ha dispuesto aranceles a 250.000 millones de dólares en productos chinos «a modo de castigo por las prácticas comerciales de Pekín (…) y ha decidido tomar medidas más estrictas en relación con la inversión en Estados Unidos cuyo objetivo principal es dificultar a China el acceso a la tecnología y los secretos comerciales de Estados Unidos», según el mismo periódico.

Así que el mundo del dinero está muy inquieto y los mercados -tan sensibles a las borrascas políticas como los medidores de terremotos a la sensibilidad de la tierra- lo reflejan en las bolsas y sus millones de contratos.

Mudan a ritmo vertiginoso las alianzas internacionales. Alemania no se fía de USA; China se ve amenazada por el tuitero de la Casa Blanca, que no se fía de nadie, al convertirse en el dios avaro que todo lo quiere para él: Estados Unidos es lo primero.

Es verdad, no obstante, que un gran número de personas sensatas y muy bien informadas sostiene que todo lo que nos alerta no es más que un seísmo de escala menor, que nos caerán algunas tejas de los aleros sobre la cabeza, pero los edificios no se derrumbarán, y que Trump puede no acabar la legislatura al culminar un impeachment.

Sin embargo, mientras tanto, las grandes naciones del mundo se preparan para defenderse atacando o no. USA y China saben el color sobre el que juegan esta partida de ajedrez al rojo vivo que anuncia grandes desdichas. Pero ¿sobre qué color mueve sus piezas Europa? Ha salido de la crisis económica muy lacerada y muchas de sus heridas han acabado transformándose en las infecciones del brexit, el nacionalismo y los populismos autoritarios. Solo Alemania parece tener ideas claras y los arreos suficientes para afrontar el momento; su gobierno sabe dónde está y qué defiende; pero también en la nación de Goethe ha prendido el cáncer de la intolerancia, al tiempo que Merkel da señales de agotamiento.

España se la juega quizás más que otras grandes naciones europeas. Su economía dependiente de la exportación y el turismo; enchufada como ninguna otra economía a la manguera del petróleo, cuyo precio crece; sin los incentivos del Banco Central Europeo, los tipos de interés al alza y una deuda descomunal. Y en estas nos encontramos con las derechas echadas al monte del radicalismo y el disparate; Torra obedeciendo como un borrego al mando a distancia de Puigdemont y el Gobierno de España en manos de un habilidoso presidente, al que apoya solo 84+1 diputados. Nuestra vida institucional y política es un despropósito y un milagro al mismo tiempo. Así que si nadie lo remedia vamos del prostíbulo a la herriko taberna hasta (nuestro) Waterloo.

* Periodista