En su libro The Peter Principle, publicado en 1969, Laurence Peter y Raymond Hull presentaron lo que se conoce como «Principio de Peter», que podría enunciarse tal que así: en una organización jerárquica en la que la promoción se hace por méritos, los buenos trabajadores son promovidos hasta el nivel en el que ya resultan incompetentes y permanecen ahí, justo por encima de su nivel de competencia, por el resto de su carrera demostrando su incompetencia.

El Principio de Peter se ha demostrado en multitud de empresas e instituciones. Puedes comprobarlo echando un vistazo a tu alrededor. Quizás tú mismo estés experimentándolo. ¿Eres el típico empleado desesperadamente infeliz, que pugna por sobrevivir haciendo un trabajo con una responsabilidad que te disgusta y te supera? Podrá resultarte doloroso reconocerte como el típico incompetente. Es ese que cree que se las sabe todas, que es yo por encima de todo, se considera imprescindible, pero tiende a huir de la responsabilidad, esconde la cabeza cuando algo falla y es un experto del peloteo. Cualquiera puede verse atrapado en ese papel nefasto. Porque es difícil decir que no a un ascenso, sobre todo si ello supone mejor sueldo o más reconocimiento social. Fácilmente olvidamos que, con cada promoción, nos podemos ver obligados a renunciar a algunas de las cosas que ya hicimos antes y asumir nuevas tareas y responsabilidades. Además, el hecho de que hiciéramos bien el trabajo en el puesto anterior no garantizará nuestro éxito en el presente. Esta es la realidad que ignoramos cuando aceptamos el juego de ascender por ascender sin garantías de ser competentes para desenvolvernos.

Si admitimos como válido el Principio de Peter, se podrían sacar las siguientes conclusiones: 1) Con el tiempo, todo puesto acabará ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones. 2) El mejor trabajo lo realizan aquellos trabajadores que no han alcanzado aún un nivel en el que ya serían incompetentes, pero este trabajo está dirigido o supervisado por otros ya afectados por la incompetencia, por lo que el producto tenderá a ser no óptimo o incluso fallido y ello afectará a la productividad y buen hacer de toda la organización.

A veces pienso que sería más feliz con un trabajo más sencillo, algo que pudiera hacer solo en casa, como la traducción especializada. Pero nunca he sabido decir que no a nada con la excusa de que es interesante exponerse al miedo y superar un nuevo reto. La sociedad no lo pone fácil: nos obligan desde todos los flancos a esforzarnos y superarnos y hacer cosas que están a menudo muy por encima de nuestras posibilidades. Tendría sentido esa exigencia de ir hacia un mayor nivel de exigencia con el objetivo final de maximizar la productividad. Pero la realidad del Principio de Peter resulta sorprendente en este contexto, porque se contradice con este otro principio de la máxima productividad.

En realidad, el Principio de Peter no se muestra siempre. Hay mecanismos que corrigen la incompetencia mediante una formación continua específica. Es posible la reversión de la promoción por dimisión o por degradación. Y también ocurre que hay individuos que se mantienen en un nivel máximo siendo competentes y no llegan a ascender al nivel en que ya serían incompetentes porque las circunstancias de su organización no le permiten promover.

Pero el hecho de que ocurra a menudo sigue pareciendo contradictorio con la idea ecológica de la imposición del principio de maximización de la productividad. La explicación que se me ocurre a la persistencia del Principio de Peter es que la existencia de jefes incompetentes permita cierto grado libertad a los trabajadores, cierto margen para el error y la innovación, una mutación que a la larga pueda suponer en algunos casos un salto cualitativo hacia una mayor productividad de toda la organización.

Ahí está la gracia de la vida: la naturaleza en continuo cambio impide que ningún principio ni ninguna solución valgan para siempre.

* Profesor de la UCO