El mundo se derrumba y tú escribes poemas, tituló Juan Cobos Wilkins un hermoso libro sobre la desolación de vivir. Nosotros mientras también nos derrumbamos de puro aburrimiento, porque en esta campaña electoral, que lleva tanto tiempo martilleando el subconsciente sufrido y arrastrado de la ciudadanía, la ilusión se fue de vacaciones antes de ser nombrada y ni está, ni se la espera. Aquí ya no se vota por entusiasmo o por convencimiento, sino de puro odio a lo contrario, en esta especie nuestra de rechazo brutal a lo distinto que no entiende de tonos intermedios. En España siempre hemos sido especialistas en convertir cualquier tema en una confrontación, porque esto es una lucha goyesca a garrotazos por mantener la bocanada de tierra en la garganta mientras se rompe el cráneo al oponente; pero es que últimamente ya no nos conformamos con la pericia teórica y hemos convertido esa especialidad en acción directa, en una crispación que ni siquiera es ya estrategia de un solo partido, sino un aire de época. La gente se pregunta a quién votar en estas elecciones y se lo pregunta de verdad, porque una cosa es lo que se responde en las encuestas por una autocensura sutilísima durmiente en la retina y en la voz y otra distinta los instintos y las motivaciones que nos harán votar.

Los populismos tratan de confrontarnos con nuestros temores, con ese temblor frío frente al espejo que nos hace medir y controlar los pasos que nos roba nuestra sombra. Estos años nos hemos acostumbrado a estar demasiado pendientes de las sombras ajenas y de su proyección sobre las propias, porque las redes sociales han convertido ese viejo estiércol de las frustraciones en la barra del bar en una escombrera de la actualidad. Todo el mundo tiene algo con lo que indignarse, todo el mundo dice yo también, todo el mundo encuentra su causa para levantarse en armas contra la realidad, quejarse a voz en grito, elevar manifiestos y tomar la calle para hacer una cacerolada antes de la hora del aperitivo.

Decía Antonio Muñoz Molina hace unos días en una entrevista que España es un país que tiene bastantes ventajas y que no entiende de qué se queja la gente. Ya estoy escuchando a la jauría progre lanzándose a la yugular de Muñoz Molina por hacer semejante afirmación, cuando resulta que el autor de El invierno en Lisboa o Beltenebros, y más recientemente de Tus pasos en la escalera, ha sido y es uno de los más brillantes escritores que desde el ámbito de pensamiento ético de la izquierda ha tratado de ir desentrañando nuestras contradicciones como sociedad, construcción política y correlato histórico. Quiere uno decir que a uno pueden gustarle más o menos las novelas de Muñoz Molina --a mí me gustan mucho-- o estar de acuerdo o no con sus opiniones, pero es imposible no encontrar en su discurso una especie de resto contemporáneo del viejo aire revitalizador y sanador de aquel sueño que fue la Institución Libre de Enseñanza. Pero hoy vivimos un mundo en el que no se admite la disidencia de las posiciones, algo así como un estalinismo soterrado que nadie reconoce abiertamente pero que está ahí, entero y al acecho de cualquier opinión. Claro que la actualidad es revisable y que los ciudadanos tenemos el derecho y casi la obligación de cuestionarla, pero de ahí a esta enmienda a la totalidad hay un abismo que sólo conduce al cinismo cortante o a la melancolía de vivir.

Pero nos hemos convertido en vigilantes de nosotros mismos, en acechantes de cualquier diálogo que pretenda encontrar puntos intermedios o comunes entre posiciones enfrentadas. Todo es confrontación, todo es ataque. Supongo que estamos en un cambio de ciclo o este domingo me ha pillado pesimista, pero me han gustado esas palabras de Muñoz Molina por lo que tienen de sabiduría vital. Porque la política que vivimos, esa mediocridad de gentes más o menos profesionales y los paracaidistas, tiene su desgaste de tristeza y desánimo. Claro que España no es esto o no debería serlo, y se supone que las elecciones tendrían que servirnos para salir del hoyo; pero es que estamos viviendo o padeciendo una generación de políticos que no dejan de cavar, que tienen pico y pala colgados del discurso y solo saben enterrar o desenterrar el pasado según su conveniencia.

Afortunadamente la poesía planea por encima de esta edad tragicómica que traviste la vida pública de fantasmagoría; quizá porque aunque el mundo se derrumbe aún podemos vivir la curación en la página en blanco de cada día que empieza, respirar y habitarla.

* Escritor