No busquen el plis en el diccionario. Es un vocablo que no llegó a entrar en el Panteón de la RAE, al contrario de otros más viejunos que tuvieron el privilegio de inmortalizarse, si bien el desuso puede llevar a decaparlos por los Académicos que fijan, brillan y dan esplendor a la Lengua Española. Fíjense, como ejemplo, uno muy arrimadito al plis: los bigudíes, esas laminitas que hacen malabarismos con el cabello, y que hallaron su esplendor en el siglo XIX --tomen, como paradigmático ejemplo, los que lucía la tía Pitty y sus sofocos ante los berberiscos comportamientos de su sobrina, una tal Escarlata O´Hara--.

En realidad, el plis no existe. Si en general nos comemos las eses, más aún en este monosílabo. La i alargada sí se identifica con las batas de guatiné, con las peluquerías de barrio y con ese toque de retreta que practicaban las señoras --y algunos señores-- maduras para abjurar con otros ajos de las canas. El plis ya apenas se invoca. Quedó para las abuelas primerizas que exorcizaban la muerte eludiendo para el peine ese manto blanco. Hoy es simplemente lo que siempre fue: un tinte. Precisamente acaba de fallecer Liliane Bettencourt, la reina de los tintes, la mujer más rica del mundo que fraguó su fortuna coloreando el tiempo. A principios del siglo XX, su padre --colega de François Mitterrand-- inventó el tinte para el cabello. Eran tiempos modernos, pero también de quiromancia, donde podían ofrecerte tónicos para la juventud igual que las tribus indias se sometían con el agua de fuego. El tinte capilar prosperó, y fue la primera avanzadilla contemporánea en esa juramentada estética para burlar a la muerte.

Se sabe que la heredera de ese imperio de cosméticos no estaba a partir un piñón con su madre. Si en el preceptivo duelo se hubiese entrometido el fisco andaluz, los canopes de su tumba egipcia se hubiesen limitado a unos cuantos sobres de tono caoba para atusarse en la otra vida. El Impuesto de Sucesiones se hacía inmisericorde, no ya con los finados, agarrados a la tabla mágica de la inexistencia, sino con sus deudos, muy deudos a decir verdad gracias al pellizco de la Hacienda andaluza. La línea roja se ha situado en el millón de euros, como así ha rebañado Ciudadanos para el contribuyente. Las arcas andaluzas buscan yacimientos de recaudación, y ese filón se fundamentaba en el topicazo del impuesto de los ricos. Pero los herederos de las señoras del plis se han encontrado en más de una ocasión con el pisito y las cuatro joyas de la decesada, para ponerse en orden, más que con Dios, con Hacienda. Es posible que el carnaval de Cádiz tome nota de esta decisión, achacando los índices de longevidad de nuestra Comunidad, no a la dieta mediterránea, sino al pavor del embolado de la pobre suegra.

Entendemos que el millón de euros es un buen umbral. La postura de los conservadores, que aprovechan este movimiento de ficha para postular la generalización de la exención, puede volverse en su contra, transmitiendo la imagen de cuál es la prelación de su electorado. Esta medida, más que a las fortunas de los grandes cabellos, beneficia a los herederos del plis, una metonimia que Dios guarde en su gloria durante mucho tiempo.

* Abogado