Me cuentan que un cordobés bisabuelo mío, oficial del Ejército, de aquel ejército de principios del siglo XX anclado en las ideas del siglo XV, sacó el sable porque a un hombre distraído se le pasó cederle la acera a su mujer, mi bisabuela. Sin ir tan lejos en el tiempo: aún de niño leí manuales de urbanidad en los que se enseñaban a los pequeños cómo andar por las aceras educadamente, con ilustraciones que hoy darían risa. Y claro, no voy a defender tales formas de cortesía, porque sino, en ciudades medias como Córdoba, y sobre todo en las grandes metrópolis con millones de habitantes, andar por las avenidas más que una cuestión de sentido común sería algo propio de una película de apocalipsis zombi.

De hecho, precisamente ese sentido común ha sido la mayor guía de urbanidad de los españoles en las últimas décadas, en lugar de aquellos engolados manuales que parecían escritos para la clase alta-alta o para las academias de hijas de nuevos ricos.

Lo dicho, había una educación basada en la sensatez... hasta que internet nos capturó.

Y es que resulta que la red de redes en apenas dos décadas ha sumergido a muchos, muchísimos, en la peor época conocida de la mala educación desde antes de las culturas clásicas. El mayor instrumento para el conocimiento de la especie humana, internet, en la práctica diaria parece servir solo para ver fotos de gatitos mimosos y, sobre todo, es la excusa para una de las peores muestras de descortesía de la Historia, con mayúscula. No me refiero a que los comentarios exacerbados (que si fueran cara a cara no tendrían narices de hacerse), sino a esa práctica de no prestar atención a la persona presente enfrascándose uno en su móvil. Incluso tiene nombre esa forma de desprecio, de ningunear a quien tienes al lado: phubbing, que es tanto como demostrarle al que te acompaña que su presencia y persona vale una mierda, menos que cualquier comentario llegado por la red de un descerebrado desconocido. Si se piensa detenidamente, ¿no es un insulto?

Se ha popularizado precisamente por internet un chiste que lo dice todo: «No hace falta este año hacer operación bikini ni mortificarse para lucir un buen cuerpo en la playa. Nadie te va a mirar. Están con el móvil». Y lo peor es que es verdad, este año ya he visto una playa repleta de gente cabizbaja centrada en una pantallita. ¡Gracias a Dios porque estoy más gordo que nunca! Pero no son tan buenos tiempos cuando solo se mira al mar para hacer una foto que obtenga likes.

Por cierto, si está leyendo este artículo a través de su móvil... muchísimas gracias por lo que a mí respecta. Pero si se encuentra en compañía, deje el celular y sonría a la persona que está a su lado retomando el contacto personal. Estoy seguro que será uno de los seres más importante del mundo para usted y, por lo tanto, para mí también tiene todos mis respetos. Pídale disculpas en mi nombre por lo que me toca. Y disfrutemos, mientras nos deje el móvil, de los placeres que da la buena educación.