Acojo en mis manos la bonita multa, la denuncia emitida por el señor Cinemómetro: circular a 70 km/h, siendo el límite de 60 km/h. «La velocidad es una bomba de relojería» reza el anuncio tocamoral, al pie del texto, como una advertencia en cajetilla de tabaco. Nada menos que 70 km/h. ¿Cómo ha podido suceder? ¿En qué irrelevante y sucia abstracción tendría yo puestas mis facultades para extralimitarme 10 terribles kms/h.? Gracias, queridísima DGT, gracias al Organismo Autorizado de Verificación Metrológica, a la Dirección General de Industria, Energía y Minas de la Junta de Andalucía, al Sr. Cinemómetro, de la marca que seas, y sobre todo y por encima, a los señores Don Ciccio y Matanza. Sois una gran familia y os admiro. De ahora en adelante predicaré la Justa Velocidad. ¡Oh, no señora! ¡No me veréis pasar la aguja de cincuenta en la vía interurbana de la prisa, justo a la entrada del polígono, a las ocho de la mañana! Aunque el espejo retrovisor me ofrezca la dura imagen de un camionero agobiado por su agenda, que dispara ráfagas con la larga y hasta pita, o un furgón de supermercado, o de paquetería, o la misma ambulancia con su estrés de lucecitas y sirenas, nada minará mi templanza, ni una parturienta, ni un repartidor, ni un tanque. La velocidad es una bomba y la salud lo primero. Bienvenida sea la multa: Dios y la Santísima Virgen bendigan al jefe de la Unidad de Sanciones y a todo su Centro de Tratamiento de Denuncias Automatizadas (¡de León, nada menos!). Tengo veinte días para salir de este Purgatorio. Renunciaré con gusto a formular alegaciones y acataré la terminación del procedimiento con gallardía de pecador liberado. La Logia, la Gran Familia me ha mostrado el camino. Así, me calzo la mascarilla, esquivo otro beso, pago y comulgo y agacho la cabeza una vez más, porque nunca es suficiente. Sigue apretando, Estado de Derecho, sángrame. ¡Qué gustazo!

* Escritor