Hoy celebramos Pentecostés, cincuenta días después de la Resurrección de Jesús, la festividad que nos trae a la memoria el acontecimiento más importante para la Iglesia. En este día, los cristianos celebramos la presencia de Dios y de Jesús en la humanidad toda, por la fuerza del Espíritu de Dios. Tres onomásticas ardientes: la del Espíritu Santo, la del nacimiento de la Iglesia y el día del Apostolado seglar y de la Acción Católica. Se alza hoy en la secuencia de Pentecostés, en todas las eucaristías, el clamor de un deseo universal: «Ven, Espíritu divino,/ manda tu luz desde el cielo./ Padre amoroso del pobre,/ don, en tus dones espléndido,/ luz que penetra las almas,/ fuente del mayor consuelo». Hoy es un buen día para entonar un himno de súplicas y peticiones al Espíritu Santo: primero, docilidad para dejarnos guiar por Él. Segundo, que nos haga ser hombres y mujeres que han encontrado en Cristo la verdadera esperanza, que nos muestre los caminos de renovación, es decir, dejarnos conducir por donde Él lleva a su Iglesia, donde está la verdadera renovación. «¿Acaso vivimos una hora de esperanza?», se pregunta el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares. Y él mismo se responde: «Sí, vivimos una hora de esperanza que no defrauda. No puedo ser optimista, porque las cosas no van bien, pero tengo esperanza, que siempre es para tiempos difíciles». El Papa emerito Benedicto XVI nos ofrecía tambien una hermosa respuesta en su exhortación La esperanza que salva: «Vivimos la hora de Dios, el tiempo de la esperanza que no defrauda, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. Esta gran esperanza solo puede ser Dios que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar». Tercero, pidamos hoy al Espíritu Santo que nos conceda el don de la fortaleza, para dar testimonio de Cristo con valentía y libertad y proclamar su palabra por los caminos arduos y nuevos por donde se nos pide llevar a cabo hoy la misión evangelizadora. Cuarto, roguemos que nos conceda el don de la caridad apostólica, la de Cristo, Buen Pastor, que vino a reunir los hijos de Dios dispersos, buscar a los pecadores y ofrecer su vida por ellos. Que podamos anunciar con toda nuestra persona y nuestras palabras a todo hombre, particularmente al más pequeño y pobre, que es amado por Dios. Quinto, pidamos que el Espíritu nos conduzca por los caminos de la unidad, que todos seamos uno para que el mundo crea que Él es el Hijo de Dios, el enviado por el Padre para anunciar la buena noticia a los pobres, para sanar los corazones afligidos. Sexto, que el Espíritu nos mueva a salir con toda libertad y valentía a plena luz ante la situación apremiante de la indiferencia religiosa, para ser testigos de una fe operante y vibrante, que en eso consiste el auténtico apostolado. Proclamar con obras el gozo de la fe, la alegría inconmensurable de creer. Buen día hoy para evocar las palabras del Papa Pablo VI, cuando proclamaba que «la gente hace más caso a los testigos que a los maestros y si hace caso a los maestros es porque también son testigos». Dar la vida será siempre la mejor prueba del verdadero amor.

* Sacerdote y periodista