No son terroristas, ni siquiera presuntos terroristas, sino combatientes por la libertad detenidos por el Estado centralista opresor. Estos miembros de los Comités de Defensa de la República, los CDR, encarcelados por terrorismo esta semana, estaban fabricando explosivos y probándolos. Parece ser que los investigadores de la Guardia Civil tienen grabaciones, porque llevaban un año siguiéndolos, de los ensayos que hacían con las bombas o con los proyectos de bombas, y también otras tantas de varios testigos que han reconocido a estos muchachos idealistas, represaliados por la dictadura española, como compradores de las sustancias químicas necesarias para fabricar los artefactos. Los expertos de la Guardia Civil han encontrado nitrato amónico, un precursor de explosivos en la alimentación de su fuego futuro, ya garantizado con las otras sustancias halladas en los registros: ácido sulfúrico, parafina, aluminio en polvo, decapante industrial y gasolina y termita, con una gran capacidad pirotécnica, así como otros componentes como Goma-2. Pero el presidente Quim Torra se rebela desde sus cualidades de vidente potenciadas por su iluminación: no son terroristas ni presuntos terroristas, como si lo supiera, y afirma que no va a consentir que se vincule el independentismo con el terrorismo. Torra no tiene nada que consentir: la verdad aparecerá, antes o después, en un sentido u otro. Quizá esto sea la revelación definitiva de lo que también es el procés: la apología continua de su cadena de delitos, que ahora se concentra en uno mucho más reconocible y doloroso.

Me he criado viendo en el telediario y escuchando en la radio noticias terribles en las que antes o después aparecía la Goma-2. Para mí Goma-2 es en parte infancia, es terror y es ETA. Es también dolor aterido y terrible en los peores titulares. Es Hipercor, es la casa cuartel de Zaragoza. Es tantas escenas de humo y pérdida, de metralla y de sangre. Según las investigaciones, estos CDR llevan varios meses elaborando mezclas que pueden convertirse en explosivos, y así los han probado en una masía y en carreteras abandonadas. El juez de la Audiencia Nacional Manuel García Castellón ha acordado el ingreso en prisión incomunicada y sin fianza para los CDR detenidos por organización terrorista, fabricación y tenencia de explosivos y conspiración para causar estragos. Según el magistrado, los arrestados han formado un ERT, un Equipo de Respuesta Táctica, con «una estructura jerarquizada que pretende instaurar la república catalana por cualquier vía, incluidas las violentas». Para este juez, las intervenciones telefónicas, los seguimientos y todas las demás diligencias practicadas «portan indicios suficientes para sostener que los investigados pertenecen a los CDR, y dentro de éstos, al sector más radical, clandestino y comprometido, encarnado por el ERT, siendo éste una organización con una estructura jerarquizada». Hasta que se demuestre lo contrario, son presuntamente inocentes. Pero estos indicios son rotundos, y por desgracia suenan a próximo estallido.

Los partidos independentistas, claro, han respaldado en el Parlamento catalán a los CDR encarcelados. Mientras, con los votos a favor de JxCat, ERC, la CUP y la abstención de los comunes, han aprobado una resolución que exige «la retirada de Cataluña de los efectivos de la Guardia Civil» por «atemorizar a la ciudadanía y coartar la protesta bajo la excusa de combatir el terrorismo». O sea: la retirada de la legalidad. Llevados por Quim Torra, JxCat y ERC pidieron la «libertad» de los CDR, antes de que el presidente del Parlamento, el independentista radical Roger Torrent, echara a Carlos Carrizosa, de Ciudadanos, por decir las verdades del barquero y denunciar esta vergüenza.

Recuerdo aquel documento de Herri Batasuna con la frase cínica y terrible de Arzalluz: «Que unos sacudan el árbol, pero sin romperlo para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas». Bombas y palabras. Esa misma mezcla química y repugnante de crueldad y de vísceras en mitad de la calle. Todo ese dolor y el mismo fondo: son nuestros muchachos. Se han vuelto a definir, después de haber partido en dos la sociedad catalana de un hachazo fanático. ¿Tan difícil era, desde el independentismo, condenar cualquier violencia o terrorismo a su favor, salvaguardando al tiempo la presunción de inocencia de los detenidos? No era difícil, sino imposible, porque nadie improvisa la decencia. Es el mismo tronco, con las mismas manos y las mismas nueces.

* Escritor