El nuevo Partido Popular no solo se va a refundar con los mismos actores que lo han regido durante los últimos años, sino que, apartado el muro de contención que constituía la autoridad del expresidente Mariano Rajoy, lo que antes eran grupos enemistados hoy son facciones de una guerra abierta en el que ahora es el principal partido de la oposición. Afloradas las discrepancias, algunas con incompatibilidad personal como las de Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, las primarias han tenido el morbo de las seis candidaturas y la decepción del escaso censo electoral. Al final, la victoria de la exvicepresidenta del Gobierno ha resultado tan raspada con respecto al que será su rival los días 20 y 21 de julio, el diputado Pablo Casado, que asistimos a un final abierto. Abierto en canal, pues los seis candidatos demuestran la falta de unidad del partido, y la campaña, aunque bastante respetuosa, no ha ofrecido información sobre el modelo de partido que querían unos y otros. Mucha unidad y mucho «somos un gran partido», pero el único que asegura haber elaborado un programa de estructuración interna ha sido el exministro José Manuel García Margallo, aunque también dijo que se presentaba para que no triunfase la exvicepresidenta, un objetivo tan negativo que, una vez trasladado «uno por uno» su agradecimiento a sus escasos simpatizantes, lo mejor sería que se quitase de en medio.

Como también debería dar un paso atrás María Dolores de Cospedal, una vez que no ha pasado el corte de las primarias. Pero puede que la venganza la sirvan en diferido, y que sea ella, finalmente, la que con su 25,8% decida quién mandará en el PP. Es más de la cuarta parte de los apoyos y debe ser tenida en cuenta, pero de ahí a decidir el futuro del partido hay un trecho. Trecho que aparentemente ella y el rival de Sáenz de Santamaría, Pablo Casado (34,2% de los votos) están dispuestos a recorrer. Se ve que una cosa es criticar las mayorías de la moción de censura que ha descabalgado al Gobierno popular y otra renunciar a utilizar ese esquema para alcanzar el poder interno.

Andalucía ha contribuido claramente a ese 36,9% de sufragios que ha dado la victoria a Sáenz de Santamaría. Un 54% de los votos andaluces han sido para ella, aunque Córdoba, con un 39% de apoyos para Cospedal impulsados por José Antonio Nieto, junto con Jaén, han roto la tendencia. Si al final fracasa la opción de Soraya Sáenz de Santamaría, cabe prever un terremoto político en Andalucía, posiblemente después de las elecciones autonómicas. Si triunfa, el terremoto podría desplazarse hacia Córdoba y Jaén. Es difícil saberlo. El voto de los compromisarios será secreto, y eso da oportunidades a todos los contendientes.