En los diversos diarios que integran la prensa -en conjunto, excelente- de la ciudad en que reside el articulista no salió en su día (ha escasas semanas) la noticia de haberse jubilado una modélica profesora de Enseñanza Primaria, después de casi toda una vida transcurrida en el noble oficio de la docencia a las niñas y niños que, dentro de un par de generaciones, se responsabilizarán de la marcha de este viejo país. Ningún «suelto» o noticia dieron, en efecto, información, siquiera somera, acerca de un acontecimiento sin duda relevante en los importantes anales de la historia más honda de la ciudad magnificente en que tiene el cronista el insuperable privilegio de habitar.

Siempre ha sido así; pero tal vez sin la estridencia hodierna. Baratijas incontables se registran cuotidianamente en las detalladas páginas de los aludidos periódicos, desde las atañentes a las proezas de centenares de deportistas locales y nacionales hasta los entresijos más recónditos de la miríada de organizaciones políticas que constelan el horizonte ciudadano en periodo de una exuberancia electoral sin paralelo fácil. Todo ello, por supuesto, resulta destacado para una convivencia bien trabada y fecunda. Mas no lo es menos el conocimiento público del retiro a la vida privada de una benemérita mujer que pobló la inteligencia y el corazón de miles de niños de una etapa crucial del pasado inmediato de España con innumerables reflexiones y datos acerca de la muy notable historia de su nación, al propio tiempo que los introducía con firme paso -producto, claro es, de un ahincado trabajo previo- en el mundo de las llamadas hoy ciencias «duras», con mayor audiencia en el público por considerarlas pilar robusto de la promoción individual y colectiva...

Con todo, y muy venturosamente, esta profesora de Educación Primaria, nieta, hija y hermana de maestros de las primeras letras, según antaño se decía, ha sido objeto en fecha última de un muy merecido homenaje ofrecido por sus familiares y amigos íntimos. Un atardecer de estas semanas en que el estío meridional ofrece su cara más urente, los ecos festivos adensaban ruidosamente la atmósfera de un barrio por lo común bien avenido con el silencio. Bienvenida sea, siquiera por una vez, la estruendosa música. Al fin y al cabo, Cervantes, hondo amante de la ciudad califal, afirmaba, muy puesto en razón -como siempre- que en donde hay música, solo puede existir verdadera alegría. Y alegría de la mejor índole es la que cabe experimentar ante el final de la tarea más envidiable consumida con honor y entrega a forjar la primera fisonomía de las niñas y niños en cuyas manos pongamos pronto el destino de una patria descrita por nuestra maestra con los pinceles del más acrisolado sentimiento, reluctante así a la desmesura como al negativismo.

* Catedrático