El conocimiento científico suele contraponerse a esa otra forma de conocimiento que es la sabiduría popular; una sabiduría popular que tiene sus sombras entre las ideas fomentadas por charlatanes que se aprovechan del instinto humano por sobrevivir y también por encontrar respuestas a las grandes preguntas de la vida, pero que también tiene sus luces en aquellas ideas que han sobrevivido a la prueba de fuego de la historia en forma de tradiciones o simples refranes. A menudo, sin embargo, los científicos se acercan con curiosidad y respeto a ese conocimiento popular intentando encontrarle algún fundamento científico.

Es lo que acaba de ocurrir hace un par de días con la publicación en la revista Nature del trabajo de un equipo de investigación multidisciplinar de las Universidades de Michigan y Shanghái. Este grupo de bioquímicos, biólogos celulares y bioingenieros trabaja en los procesos que conducen al envejecimiento y la muerte en un animal muy sencillo, el gusano del cieno. Y se plantearon la pregunta de por qué en un grupo de estos gusanos que son genéticamente idénticos, se crían en las mismas condiciones y se alimentan todos por igual, a pesar de todo ello, unos acaban viviendo bastante más que otros. ¿Qué determina el destino final de cada individuo?

El sentido común y la perspicacia del científico sugieren que en las vidas de esos individuos debe de haber algunas diferencias, en apariencia pequeñas, que determinan que unos vivan más que otros. Además, hace algunos años, otros investigadores apuntaron la idea de que ciertos factores del entorno del animal podrían activar algún interruptor genético o poner en marcha una cadena de procesos que promuevan el envejecimiento. Con estas premisas, plantearon la posibilidad de que la experiencia vital de cada individuo en su pequeño entorno inmediato fuese importante para explicar su mayor o menor longevidad.

Estudiando las vidas individuales de miles de gusanos acabaron centrándose en las primeras etapas de su desarrollo, en su infancia como larvas. Comprobaron que algunas larvas parecían estar sometidas a mayor estrés que otras, y estudiaron la posible relación entre el estrés de cada larva y su esperanza de vida. Ya sabemos que el estrés en humanos se relaciona con problemas cardiovasculares, obesidad, diabetes, depresión, entre otras enfermedades. Sin embargo, lo que encontraron fue algo en cierta manera sorprendente: las larvas de gusano que se desarrollaron con estrés acabaron viviendo una vida más larga como adultos.

Profundizando en su estudio llegaron a desentrañar los mecanismos biológicos que hay detrás de ese curioso fenómeno. Consiguieron probar que las larvas con estrés sufren modificaciones en algunos genes que luego les permiten resistir el estrés de adultos. En cierta manera, la exposición al sufrimiento de ese estrés en la infancia las hace más resistentes al estrés que sufrirán el resto de su vida y así acabarán teniendo una vida más larga. Este fenómeno, ya conocido en medicina, se conoce como hormesis. Se llama así a la respuesta positiva hacia alguna sustancia a una dosis baja, cuando a dosis altas termina resultando perjudicial o mortal.

La sabiduría popular ya tenía catalogado y asimilado el fenómeno de la hormesis desde hace mucho tiempo bajo la forma de refranes o proverbios como «Lo que no mata engorda». La ciencia, sin embargo, puede llegar a precisar mucho más y ser realmente eficaz a la hora de proporcionar soluciones. Para que este descubrimiento en gusanos pueda llegar a ser aplicado con precisión en humanos aún queda un buen trecho. Pero, por lo pronto, ya tenemos más argumentos para pensar que, exponiendo a los pequeños a las crudezas de la vida, tendremos adultos más fuertes.

* Profesor de la UCO