En 1979 la revolución sandinista derrotó al dictador Somoza. Que un pequeño y pobre país estableciera una economía socializada en el patio trasero de EEUU admiró al mundo. Una esperanza se abrió para el pueblo nicaragüense, que en su gran mayoría había apoyado al FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) dirigido por Daniel Ortega, bendecido por la Iglesia católica en aplicación de la Teología de la Liberación y la adhesión de los intelectuales latinoamericanos desde García Márquez a Juan Rulfo. ¿Quién no recuerda ‘Nicaragua tan violentamente dulce’ de Julio Cortázar?

Pero la creación por la CIA de la Contra, un ejército de mercenarios pagados con la venta de armas ilegales a Irán (el caso Irangate que Oliver North denunciara ante el Senado de EEUU), acabó con la insolencia de la ecuación sandinismo=cristianismo y con el levantamiento de los pobres contra los ricos para liberarse de la dominación imperial yanqui. Ya Nelson Rockefeller en 1969 advertía que la Iglesia católica no era un aliado seguro para los EE UU y que esta se había convertido en un centro peligroso de revolución potencial; aconsejaba contrarrestar la influencia de la Iglesia católica con la de otro tipo de iglesias o sectas protestantes más afines con los intereses de los EEUU en el continente. El resultado fue que, tras una década de sabotajes y ataques terroristas de la Contra y la propaganda de los intereses oligarcas llevada a cabo por el periódico ‘La prensa’ del clan de los Chamorro, subvencionado por el capital extranjero, los nicaragüenses decidieron en las urnas cambalachear la revolución sandinista por un plato de frijoles en paz y la revolución socialista naufragó una vez más en la utopía. Sin embargo, los gobiernos que siguieron de Violeta Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños sumieron al país en la vieja corrupción y miseria de antes y Daniel Ortega fue elegido presidente en las elecciones de 2007 hasta hoy.

¿Es hoy la historia diferente? ¿La manifestación inicial de los estudiantes en apoyo de la protesta de los jubilados por la reducción de sus pensiones no se inició en la Universidad Politécnica de Managua (UPOLI), entidad privada, fundada por la protestante Convención Bautista de Nicaragua? ¿La crítica y la incitación a la protesta no se articula alrededor de ‘El Confidencial’, publicación dirigida por Carlos Fernández Chamorro, de nuevo subvencionada? Sergio Ramírez, de Masaya, distinguido con el Premio Cervantes las mismas fechas del inicio de las protestas, ¿no es el más representativo opositor al régimen de Daniel Ortega? ¿La Iglesia católica no se debate entre la mediación en la Mesa para el Diálogo Nacional y las correcciones a la Teología de la Liberación que ya hiciera Juan Pablo II? ¿No es el régimen nicaragüense de Daniel Ortega perteneciente al ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe), propuesta de integración enfocada para los países latinoamericanos y caribeños que pone énfasis en la lucha contra la pobreza y la exclusión social y profundamente antiimperialista? ¿Los norteamericanos no han ofrecido seguridad y respeto a los bienes de la familia Ortega si abandona la presidencia? ¿Las últimas consignas dadas por los líderes opositores de manifestaciones permanentes pero pacificas, justifica la brutal represión anterior y el encarcelamiento en El Chipote de los manifestantes por parte del Gobierno? En fin, ¿es Daniel Ortega, enriquecido en el poder, un déspota cruel, un traidor al verdadero sandinismo que ha hecho que, por solo citar a los ya mencionados, Sergio Ramírez, vicepresidente del primer gobierno de Daniel Ortega, o Fernández Chamorro, director del periódico oficial ‘Barricada’ en ese periodo, se hayan pasado a la oposición?

Sea como fuere, hoy Nicaragua es violentamente amarga. O, como me dice un amigo nicaragüense que luchó por el sandinismo revolucionario, «A Daniel no le sacan si no es a vergazo limpio».

* Comentarista político