Empezó ayer Francia-19, la Copa Mundial Femenina de Fútbol y a nadie escapa que la cita trasciende del ámbito meramente deportivo. El panorama ha cambiado desde el anterior Mundial de Canadá 2015. El crecimiento del fútbol femenino ha devenido imparable. El aumento de patrocinadores, de cuota de pantalla y espectadores demuestra su empuje. Hace nada era relegado a la total invisibilidad, las gradas lucían vacías y carecía de relevancia informativa. Los avances son muchos, aunque la evolución no oculta que la igualdad aún está muy lejos de los campos de fútbol. El mundo del deporte es un excelente escaparate para valorar el grado de igualdad en las sociedades y también actúa como detonador, como modelo a seguir. Es espejo y pantalla. Por ello es indiscutible el impacto de este Mundial. Ya solo la expectación despertada es un éxito. En la medida en que sea capaz de atraer a más espectadores, la visibilidad de la mujer en el espacio público será más evidente. Una cuestión de especial relevancia para los más pequeños. Es importante que los niños consideren a sus amigas como compañeras de juego y que ellas sepan que las pistas también forman parte de su espacio. Un balón no puede ser considerado un elemento que perpetúe y segregue roles de género. ¿Asignaturas pendientes? Muchas. Falta aplicar valores de género en la gestión deportiva (sueldos, maternidad), incorporar directivas a los clubs e impulsar políticas que fomenten la práctica del fútbol en las niñas. Se contribuirá a hacer una sociedad más igualitaria y se ofrecerán alegrías a la afición futbolística.