Entre los niños de mi generación había dos cosas que solían ser objeto de deseo de la mayoría: un balón, en concreto el que entonces llamábamos de reglamento, porque se suponía que era similar al utilizado por los jugadores profesionales, y algo más difícil de conseguir, una bicicleta. Conseguí antes lo primero que lo segundo, pero desde que tuve mi bicicleta se convirtió en un símbolo, porque es el vehículo que representa por excelencia la ética (y también la estética) de los desplazamientos en el mundo urbano. La utilicé a diario cuando vivía en la capital cordobesa. Recuerdo que al llegar a clase a primera hora, tras pedalear durante unos veinte minutos, tenía una sensación muy especial, similar a lo que describe Ben Irvin en su ensayo Einstein y el arte de montar en bicicleta: «Cuando te bajas de una bicicleta, siempre te sientes más despierto y sereno, más satisfecho y centrado que antes de haber montado en ella». He tenido varias bicicletas a lo largo de mi vida, no las conservo, pero sí colecciono reproducciones. También suelo comprar postales de obras de arte en las que aparezca, desde el conocido diseño que falsamente se atribuye a Leonardo da Vinci, hasta el famoso cuadro Ramon Casas i Pere Romeu en un tándem, del que es autor el primero de ellos. A veces, como en el Icono para meditación de Gustavo Torner, solo hay una rueda con el racor de la bomba en la válvula. Junto a las reproducciones tengo, regalo de una amiga, un dibujo original de Ginés Liébana con uno de sus ángeles en bicicleta.

A finales de enero visité la exposición del Museo Picasso de Málaga Las mujeres artistas y el surrealismo, en la cual estaban representadas figuras femeninas sobresalientes en aquel movimiento pictórico, y a menudo olvidadas. Entre ellas había varias pintoras españolas. Pronto llamó mi atención un cuadro realizado con lápiz sobre papel de Remedios Varo. Su título era Mujer en bicicleta, y está fechado en torno a 1961.

Por suerte era uno de los escogidos para reproducirlo en postal y, por supuesto, la adquirí. En algunos lugares se hace referencia a esta obra como Monja en bicicleta, porque en efecto el atuendo es de una monja con hábito negro y toca blanca, pero hay dos elementos que le conceden algo especial: por un lado, su sombrero con una pluma y, por otro, el modelo de bicicleta sobre el que monta. Es muy extraño, no tiene pedales ni frenos, los pies los lleva colocados sobre un soporte parecido al de una vespa y la rueda trasera es mucho mayor que la delantera.

En 2002, en la revista egabrense El Paseo cultural, Beatriz Varo, sobrina de Remedios y autora de una biografía sobre ella, le dedicó un artículo, puesto que el padre de la pintora, Rodrigo de Varo y Zejalvo, era de Cabra. En dicha colaboración se recoge una fotografía de una pequeña escultura de Remedios, Homo Rodans, que representa una figura masculina sobre una bicicleta de una sola rueda, con la particularidad de que está hecha con huesos de pollo y de pavo. Cuenta Beatriz que a su tía le gustaba visitar la localidad natal de su padre y que le atraían los relatos sobre sus antepasados, uno de los cuales fundó el convento de Carmelitas Descalzas de Aguilar de la Frontera, y sobre esto añade: «A veces, Remedios alimentaba la idea de meterse monja en este convento, donde podía entrar sin dote por ser descendiente del fundador».

Remedios salió de España en 1937, acabó exiliada en México, donde desarrolló una importante obra y allí mantuvo una estrecha y fructífera relación profesional con Leonora Carrington (también presente en la exposición de Málaga). Murió en México en 1963, y quiero imaginar que la monja en bicicleta podría tener algo que ver con su pretensión de pertenecer al clero femenino en un momento de su vida. Pero en bicicleta, símbolo de libertad.

* Historiador