Siempre me ha deshojado el daño gris que incrusta el olvido en los ojos del que avanza con el corazón rasgado, en cabestrillo, trastabillando en medio de un invierno que no tiene fin. Mi alma es un descampado. El dolor del que sufre el zarpazo de una crisis inventada y organizada por las élites es mi propio dolor. Su desaliento amarga. Su infeliz desamparo en mí se torna niebla. ¿Cómo puedo vivir con su tristeza al hombro y su felicidad rota en mis entrañas? La miseria es el vértice inhóspito y umbrío de esta sociedad maldita noqueada por los puños sedosos de un neoliberalismo que machaca a los pobres con alevosía, de una manera cínica y rastrera. Nos ha tocado vivir tiempos de óxido, días de bruma viscosa y sibilino fango. Y lo más preocupante de todo es que nos mienten quienes debieran decirnos la verdad: que estamos sentados en medio de la podredumbre de un mundo egoísta y un país desvanecido que ha perdido el futuro y se mira en el pasado más deplorable, mísero y grotesco.

A nivel económico la patria que pisamos está agusanada por la desigualdad y la desvergüenza de los poderosos. La patronal lanza espesos salivazos sobre los ojos vacíos del obrero que hoy gana menos dinero que hace años echando más horas absolutamente gratis. Uno siente que avanza entre arenas movedizas. ¿Cómo ser feliz observando la amargura de aquellos que viven rotos por el frío, con una pensión o un sueldo miserable, mientras ven que los codiciosos dinosaurios que un día propiciaron su situación paupérrima disfrutan de un ritmo de vida excepcional, permitiéndose lujos de tipo estratosférico? Hoy escuché en la radio hablar a un chico que ha perdido en el breve espacio de tres años casi la tercera parte de su sueldo: de ganar mil doscientos cuarenta y cinco euros ha pasado a obtener el sueldo miserable, para mí inaceptable, de ochocientos ochenta y seis. Y además dice el chico que hoy dedica a su trabajo muchísimas horas más que hace unos meses, aunque su empresa no se las reconoce. Pero España va bien. Eso dicen los de arriba, los que arriman el ascua a la sardina de la Banca fomentando una brecha social ya insostenible. Uno siente vergüenza, asco, decepción contemplando un paisaje de privatizaciones, de esas que algunos se enriquecen tanto a costa de hundir al pueblo en la indigencia. En los últimos años los ricos prodigiosos en este país han crecido como setas, y en un solo lustro casi se han quintuplicado. Pero han crecido también los mileuristas junto a los contratos caníbales e infaustos que, a veces, duran tan solo un par de horas. ¿Cómo sobrevivir en medio de este infierno? ¿Cómo soportar tanta hipocresía, tanta estulticia, tantísima arrogancia de quienes fomentan esta brecha insostenible mientras ellos y su gente se llenan los bolsillos a la vez que cercenan el futuro de los frágiles?

Diciembre es un mes contrario a la tristeza, un tiempo de amor, concordia y armonía, de encuentros emotivos y reuniones familiares en torno a mesas obsequiosas y suculentas. Debería, por tanto, sentirme un poco eufórico, incluso feliz, por la atmósfera agradable de este mágico mes en el que uno se reencuentra con las mejores escenas de su infancia. Pero hoy la alegría, la mía, se halla enferma, en putrefacción como una fruta azul con el endocarpio roído de gusanos. Ni siquiera soy mileurista. Nada cobro, y aspiro a no mucho más que respirar en un país más humano y solidario con los que sufren el azote de una crisis gestada en el laboratorio de las élites. La situación económica nos dobla, nos zarandea el porvenir, nos pisotea. Sin embargo, si alguien critica el latrocinio y la indignidad de algunos gerifaltes que se atreven a dar lecciones de moral es tachado de antisistema visceral. No conviene salirse nunca del redil, ni trazar los pasos del lobo en la espesura, sino adaptarte al ritmo del rebaño y cruzar en silencio, sumiso, la vereda sin apartarte ni un ápice del rumbo que te marca el pastor de ovejas somnolientas. Como el mirlo que choca a diario en el cristal de la desesperanza y cae en el barro, una y otra vez mi alma se hace añicos cuando se enfrenta a esta realidad regida por buitres y espíritus siniestros. La Navidad nunca será feliz mientras siga cebándose el frío con los frágiles, con los que no hallan ni un ápice de luz para avanzar en medio de una niebla social y económica que siempre afecta más al que menos tiene, al pobre y marginado.

* Escritor