¡Ah! ¡Por fin me entero de qué va esto de antisistema! Lo he averiguado gracias a un amigo. Resulta que le vi unas sandalias iguales a las que yo llevé cuando fui un niño franquista, allá por aquella prehistoria en la que nos rapaban al cero, nos rascábamos los sabañones y nos regalaban soplamocos hasta por mirar, además de los que nos repartíamos mutuamente. Pues resulta, volviendo a nuestro pálido ahora, que este amigo y yo vamos muy antisistema y anti todo, lástima que ya no tengamos pelo, pues por lo demás, somos los de siempre; tanto a él como a mí nos cuesta actualizar setenta años. Y me gustaron sus sandalias, porque eran como aquellas pardas, austeras, pobres, sin diseño que, ¡vaya!, casi invitaban a una limosna, por entre cuyas ranuras asomaban nuestros dedos asustados. Y he querido unas iguales para mí, aunque sólo fuese por asegurarme de que alguna vez he sido niño. Las busco por todas las humildes zapaterías de barrio, pues nada. No podían estar en un centro comercial, esos del Sistema. ¿No? Pues allí estaban. ¡140 euros! Me quedé... No encuentro la palabra. Por supuesto no me llegaba mi propuesto supuesto presupuesto. Pero comprendí. El Sistema había inventado la mejor manera de mantener su poder. Eso de las guerras coloniales está muy anticuado. Ahora el Sistema no se enfrenta a quien lucha contra él, sino que coge su revolución, le quita la cafeína, y la presenta como producto de consumo. Es decir, que si yo me compraba esas sandalias viviría con la certeza de que soy un revolucionario antisistema. Ya en los años 70 empecé a mosquearme con eso de que en esos mismos grandes centros comerciales se vendiera la música de Víctor Jara y su A desalambrar y los posters del Che Guevara, su gorra y su puro. Entonces todo se nos convierte en apariencia, pero que parezca real. ¡Magia de las fantasías revolucionarias! ¡Y me resulta tan fácil así ser revolucionario! Total, llego, pago 140 euros, y me calzo mis zapatillas, pero sin que se vea la marca, ni el niño o la niña que las cosen, ni el oscuro recinto, ni los 3 euros la jornada de dieciséis horas de trabajo. Pero yo soy muy revolucionario, antisistema, y estoy el primero en cualquier manifestación, con mi palabrería y mi cascote contra cualquier contenedor, cajero, vitrina, policía.

* Escritor