Al igual que sucediera con su coetáneo y también eximio contemporaneísta Carlos Seco Serrano, el anciano cronista mantuvo una relación amical y relativamente estrecha así como muy dilatada cronológicamente con el gran historiador que acaba de fallecer en estos desasosegantes días del coronavirus. Una de sus alumnas predilectas, la muy destacada profesora jiennense Dª Mª Dolores Muñoz Dueñas, fue albriciadamente recibida a finales de l975 en el recién formado Dpto. de Hª Moderna y Contemporánea de la flamante Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba, y desde entonces los contactos y vínculos con el ilustre magisterio del contemporaneísta hispano quizás más creativo y de mayor ambición metodológica no harían más que reforzarse. Pero, conforme acaeciera con la semblanza del autor de Alfonso XIII y la crisis de la Restauración, esta tampoco discurrirá por los cauces biográficos del articulista --siempre, por lo demás, tan tentadores…--, sino por el perfil científico y académico del estudioso donostiarra muerto en la primavera angustiosa de 2020.

La historiografía es, obviamente, algo más que los historiadores, ya que las corrientes ideológicas prevalentes en una época, su actitud estética y hasta moral, los préstamos de otras disciplinas, etc, etc, ocupan en su evolución un papel esencial. Pero, ello por descontado, los historiadores en determinadas circunstancias son sus principales motores. Es justamente lo que acontece en el caso que nos ocupa. De ahí, que sin solución de continuidad, bosquejemos el perfil del estudioso que formara pendant con Carlos Seco. Su común origen intelectual --alumnos del mismo curso en las aulas complutenses de la postguerra, discípulos sobresalientes de D. Ciríaco Pérez Bustamente-- no encuentra paralelismo en la temática de la tesis doctoral. Mientras la de Carlo Seco se realizaba sobre la España de Felipe III, la de Artola se situaba en pleno corazón de los albores de la contemporaneidad española.

Los afrancesados, cuya sociología y entidad habían ya interesado a otros investigadores como Méndez Bejarano, Deleyto Piñuela y Carmelo Viñas Mey, fueron objeto de su primer trabajo de radio amplio. Los muchos escollos que una singladura tan difícil y arriesgada había de sortear para llegar a buen puerto, lo fueron con serenidad al par que con la seguridad y aplomo característicos de los planteamientos y análisis de un autor que nunca olvidara que, en el menester de Clío, la aljaba ha de estar siempre repleta de preguntas para siluetear bien el blanco de la investigación.

Entre la aparición de Los afrancesados en 1953, con positivo eco de crítica y público --menos un acerado e injusto dardo de Vicens Vives, que achacaba al joven doctorando el haber hecho tan solo una historia del reinado de José I-- hasta la consecución de su cátedra salmaticense en 1959, las energías contemporaneístas de nuestro autor se drenaron por la traducción del francés --sobria, pero tal vez poco jugosa-- de un par de excelentes libros acerca, respectivamente, de la conquista de China por Mao y la Alemania de la postguerra --publicados en una editorial sufragada a sus expensas--, así como la puesta a punto en la Biblioteca de Autores Españoles, entonces dirigida por su maestro, de la edición de las obras del marqués de Mendigorría, Jovellanos, Álvaro Flórez Estrada, etc. Al contrario de los de su colega Seco Serrano, tales estudios preliminares carecían de pretensiones literarias o historiográficas y se limitaban a una estereotipada semblanza de los autores y a dar una breve noticia de sus obras. Los afanes historiográficos discurrían ya por entonces por roderas bien distintas, según se recodará en el próximo artículo. H

* Catedrático