Ha leído usted bien. Un nuevo proyecto propone eliminar del mapa el edificio para crear una serie de aparcamientos que, se prevé, aportarán más ingresos a la capital cordobesa. ¿No está usted de acuerdo en perder esta parte de nuestro patrimonio? Entonces, ¿por qué no importa cuando perdemos el resto? Sí hombre, sí. Hay más patrimonio aparte de la Mezquita Catedral (y no hablamos del Alcázar). Hablamos de nuestra historia, gastronomía, calles, leyendas, música... ¡incluso nuestra habla!

Si algo no le suena es porque, hoy por hoy, los cordobeses no frecuentan su centro histórico (y es difícil porque es el segundo más grande de Europa), prefieren alejarse de las hordas de turistas que de forma incontrolable (en ocasiones) dificultan el tránsito por las calles o dejan sus coches de alquiler atascados por vías estrechas. Esto es comprensible, nosotros dejamos nuestra herencia cultural para el disfrute de un ejército de japoneses y, a cambio, nosotros nos hacinamos en Asian Fusion Gastrobars de las afueras.

Creo que no somos conscientes de la gravedad de la situación. ¿Dónde están las tabernas tradicionales sin el menú en tres idiomas? ¿Dónde podemos disfrutar del flamenco sin que sea un Flamenco Show Tonight? ¿Quién vive hoy en la Judería? ¿Sabemos quiénes eran Abd al--Rahman III y Maimónides? Mucha english academy y poco Góngora. Ante esta situación podemos hacer la Mezquita-Catedral diáfana y aparcar entre las columnas. Después de todo ¿la ha visitado usted últimamente?

Conocer otras culturas es una de las mayores ventajas con las que podemos contar hoy en día, sin embargo, ¿merece la pena cuando no conocemos la nuestra? Tenemos la suerte de que Córdoba es una joya. En nuestras manos está dar un paso atrás y recuperar un poco lo que fue. Piénselo: ¿cómo de bonito sería si conociésemos nuestro pasado? Aquel en el que Córdoba se erigía como sultana y que solo se podía comparar con Constantinopla y Bagdad. Está en nuestras manos volver a ser un centro cultural, tenemos el potencial, solo que jamás se invertirá en cultura y en recuperarlo si nosotros no somos los primeros en interesarnos. Somos el primer paso, es empezar a leer, a visitar nuestros museos, a caminar por nuestro empedrao.

Espero que el lector haya captado el carácter jocoso y que no se haya emocionado con la idea de aparcar en el centro. Espero, también, que un día entendamos que la cultura es como una flor que si no la nutres muere, y no podemos permitirlo donde las calles están llenas de flores y cultura. Así que, amigo lector, espero que haya reunido usted el coraje necesario para enfrentarse a ese museo y espero verle esta semana sentado en el Patio de los Naranjos, donde si escucha con atención, oirá al almuédano llamándonos en nombre del Príncipe de los Creyentes... pero eso es otra historia.

* Arqueóloga e intérprete de Patrimonio