Comenzaré por declarar que no soy fumador, nunca lo fui. En la adolescencia por temor al olfato de mi madre que, cuando volvía a casa, me hacía echarle el aliento para comprobar si había fumado o no. Prevención infalible que yo no me atrevería luego a practicar con mi hijo cuando, como todos los padres, queremos prevenir del tabaquismo. Menos mi casa, estuve rodeado de fumadores por todos lo lugares donde transcurrió mi vida, amigos, trabajo, ocio, bares, discotecas. Fumar era lo habitual sin cortarse un pelo ni médicos ni curas ni profesores, ni ante niños o enfermos. Así es que habiendo crecido entre fumadores, estuve tentado de hacerme fumador cuando comenzó la persecución, pero ni me gustaba ni me sentaba bien. Claudiqué pues ante la cruzada de Zapatero, pues no era mi guerra. Tampoco va conmigo, aunque sí sobre mis impuestos, esta iniciativa del Ministerio de Sanidad de financiar ahora dos fármacos para dejar de fumar que pueden beneficiar a 83.800 personas con problemas de adicción al tabaco y persistentes en el fumeteo. El número es muy aleatorio pues, según la OMS, un 22% de los españoles fuman, algo así como nueve millones de personas. Y está muy bien esta preocupación del Gobierno por la salud de los fumadores, o por ahorrar gastos a la Seguridad Social que el tabaquismo acarrea, pero me pueden explicar dónde queda la voluntad del individuo, su responsabilidad, su decisión para salir de una situación que él solo se ha buscado; pues nadie podrá declararse hoy, si no es un tontucio, ignorante de las graves complicaciones ocasionadas por el tabaco. Esta manía de atajar los problemas con un fármaco o un botón activado por papá Estado está dejando una sociedad desvalida y débil ante cualquier mínimo esfuerzo ya sea por nuestro bien o el de la comunidad. Si una encendida pareja de jóvenes no pone los medios ni tiene dos dedos de frente, aplicamos la píldora del día después y siga la fiesta. Si la cosa se hincha, el aborto libre, gratuito y sin necesidad de que los padres se enteren si la chica tiene dieciséis años. Y dentro de unos años tendrán que financiar un fármaco para apartar de la ludopatía a los adolescentes que están cayendo en los salones de juegos y enganchándose a esas agresivas campañas de apuestas que emiten a todas horas las televisiones y radios en los programas de mayor audiencia ¿Nadie lo está viendo? ¿nadie lo oye? ¿nadie ve a esos padres que protestan delante de las salas de juego en los barrios más pobres? Y puestos en este plan, por qué no financiar una terapia para los adictos a la prostitución que han arruinado más de una familia. Menos intervención y más educación.

* Periodista