Hoy es un día especial para mi, no solo porque dejo atrás el penoso y duro mes de enero, ese de los kilos de más y los euros de menos, sino porque ha llegado el día en el que ese conjunto de derechos que la ley me confirió sobre la persona y bienes de mi hija se extinguirá cuando al filo de la media noche cumpla 18 años y deje de ejercer sobre ella la patria potestad, esa que con mayor o menor acierto me ha llevado a decidir por ella hasta convertirse en una mujer con plena capacidad jurídica y de obrar. Esa patria potestad también supone un conjunto de deberes, de los que muchos seguirán, porque hay obligaciones de los padres para con los hijos que van más allá de la mayoría de edad e incluso diría que son para toda la vida. Hoy es el día en que ese cordón invisible pero indestructible que nos une se adelgazará al convertirse en una mujer plena de derechos pero también de obligaciones. Podrá votar, casarse, decidir irse a vivir sola, ingresar en una secta sin que nada pueda hacer, coger un avión para irse a vivir al otro lado del mundo con un desconocido que haya conocido por internet, dejar los estudios y recorrer el mundo con una mochila libre como el viento, vender sus bienes sin que yo lo sepa siquiera y por supuesto tendrá que responder ante la sociedad y la justicia de cualquier acto u omisión que sea constitutivo de infracción penal y responder de cualquier daño que cause a terceros, sin que yo pueda imponerle otra cosa que no sea mi consejo. Y seguramente a veces, ni eso.

Hoy es el día en el que la miro e imagino todo esto --y muchas más cosas, porque la imaginación de un abogado no tiene límite pues sabemos que la cruda realidad supera cualquier ficción-- y me dan escalofríos y me pregunto si los progenitores, mientras ejercemos la patria potestad, somos conscientes del efecto que tiene sobre los hijos lo que hagamos con esos derechos y obligaciones y si los preparamos para que un día, de repente, se hagan mayores y se vean desbordados por unas consecuencias que deben digerir a solas.

Hoy es el día de mi examen y me siento orgullosa porque creo sinceramente que aprobaría: llega a esta mayoría de edad siendo una mujer responsable y trabajadora, educada, discreta, segura de sí misma, con objetivos claros y muy solidaria, así que no podría pedirle más a la vida que entregarla a ella y sus riesgos de esta manera.

Hoy han pasado como un soplo estos 18 años desde aquella noche en la que exhausta la vi en mi regazo por primera vez, tan redonda, tan perfecta y con esa mirada que desde entonces se clavó en mí para siempre. Felicidades, mi reina.

* Abogada