Es invisible, pero se extiende y permanece, y no conseguimos cambiarla por la verdadera. Es esa mirada de quienes no la llevan, los listillos, y listillas, de siempre; los que van por la vida de prepotentes, vanagloriándose de saltarse una cola, de pasarse un semáforo o de hablar a voces y poner su música y su televisión a voces; los que entienden de todo, de coches, de vinos, de ropa, de viajes, de lugares de ocio, de hombres y de mujeres, y siempre triunfan, y tienen amigos por todas partes, y llegan a todos sitios colocándose en el centro, a base de decir tonterías, reír por tonterías, destrozar a los débiles, a los pobres, a los que no triunfan. Es esa máscara de decir una cosa y hacer otra. Me la encuentro por todas partes. La veo, la escucho, la temo. Y no sólo, por supuesto, en estos fantasmones de cartón piedra, sino en esos otros fantasmas abstractos que forman nuestros organismos públicos que costeamos. El otro día, sin ir más lejos, cuando paso por los jardines de Colón, sobre las diez y media de la mañana, y me encuentro para horror mío, con ese tubo diabólico que para limpiar las calles va levantando la porquería. Por allí andaba su terror oscuro, mientras jugaban los niños y meditaban los ancianos, los pocos ancianos que nos van quedando tras el aire de este nuevo horno crematorio. Y es que nos envenenan con lo que pagamos. Creo recordar haber escrito algún artículo e incluso una vez cometí la osadía de presentarme en las oficinas de Urbanismo para presentar una Hoja de Reclamaciones, porque sufrí el vendaval de porquería en mis propias narices. Pero de sobra sabemos ya la cantidad de papel higiénico que se ahorran con esas hojas. ¿Podríamos superar el asco para imaginar la porquería que esos aparatos nos hacen respirar y tragar? ¿Podríamos imaginarnos lo que respira un niño en su cochecito o lo que bebe en su café el ciudadano de una terraza? Y ha venido el nuevo virus y nos pone tras una mascarilla, y nos prometieron una limpieza maravillosa de la ciudad, y adiós, ¡por fin!, a esa manera de guarrear en vez de limpiar. Pero nada, volvemos a las andadas, volvemos a no usar las mascarillas, volvemos a bacilar con lo listos que somos a lado de la cantidad de pringados con conciencia. ¿A dónde regresaremos por este camino?