De niño estuve en una rondalla. Tocaba de bandurria primera, pero nunca de solista. Otros compañeros hacían sonar el laúd o la guitarra. En las navidades éramos un coro de campanilleros que iba a despertar a los enfermos al Hospital de Agudos, hoy Facultad de Filosofía y Letras. Lo hacíamos a las siete de la mañana. Eran ciertamente otros tiempos. Tan otros tiempos que creo recordar que, en la Sala de enfermos del corazón --hoy Aula Magna de la Facultad-- encontrábamos ya a esa hora las ventanas abiertas para que la sala se airease... Con el frío que hacía en aquellos inviernos duros de Córdoba

Volviendo a lo de la rondalla, recuerdo lo que aprendí con ello. Había un solista que admirábamos --y a ser sinceros, envidiábamos-- por su agilidad en el movimiento de los dedos. No había melodía que se le resistiese. A los demás nos tocaba acompañar, callar cuando la partitura lo imponía o alternar con los otros instrumentos cuando lo dictaba el pentagrama. Había también un director, cuya función principal era ponernos de acuerdo a todos, nos daba la entrada a cada uno, nos hacía modular los tonos para que la pieza sonase bien, marcaba el tempo: «adagio», «largo», «allegro», «andante ma non troppo»...

Con la rondalla aprendí a trabajar en equipo, a escuchar a los otros, a intervenir cuando tocaba, a callar cuando correspondía, a admirar al solista, a servir de contrapunto o a llevar la voz cantante cuando la partitura lo requería. Y es que la partitura funciona si todos colaboran, si saben ponerse de acuerdo, si cada uno interviene en su momento, si se sabe escuchar al otro, si todos se someten a la pauta del director.

Me vuelvo ahora al mundo de ciertos políticos y tertulianos y me pregunto si han estado alguna vez en una rondalla. Habrían aprendido de este modo a acordarse con los demás, a escucharse unos a otros, a no despreciarse o insultarse, a tenerse en cuenta y a actuar cada uno a su tiempo sin desafinar ni sobrepasar los límites del respeto y la mala educación, a no caer en excesos personales y a no considerar a los compañeros de rondalla enemigos, sino colaboradores en la tarea de construir una partitura bien orquestada.

Qué importante seria fomentar más la música desde los primeros años en la escuela para tener mejores políticos el día de mañana... Si hubiera sido así, otro gallo le cantaría ahora a este maravilloso país, al que, con frecuencia, nuestros políticos dibujan como un desastre, nada más lejos de la realidad, con nada que uno se haya dado una vuelta por el mundo y compare nuestra realidad con la de otros países incluso más desarrollados... Más música y menos política es lo que hace falta ahora que se acercan tantas elecciones... Y todo para que la partitura del país funcione adecuadamente y cada músico no considere a su compañero de orquesta política un enemigo, como sucede ahora, sino un colaborador en la tarea de construir el bienestar de todos.