Madrid, fuego y muerte en la Ciudad de los Periodistas. Pensé en los amigos que allí viven, las primeras noticias no daban nombres. Pero pronto supe que la muerte le había llegado a Mariano Roldan: «Cualquier día, sin pena, diré/ un adiós a mi vida, a mi gloria/ de vivir, y escribir, y me iré...». Es el final de su poema «Ya te vas para no volver», del último libro que me envió, Claridad de lo Oscuro, con su habitual dedicatoria. Conocí a Mariano en RTVE donde trabajaba. Era licenciado en Derecho y periodista pero pronto supe que no era un profesional más de la Casa. Era realmente un gran poeta que en 1960 obtuvo el premio Adonais. La amistad se fraguó hablando con nostalgia de su pueblo y de la «palomita» mañanera a base de agua pura y anís de Rute que lo nombró Hijo Predilecto. Era tan entusiasta del latín que tradujo en verso Poemas de Catulo. Su libro, Claridad de lo Oscuro, está versificado con la melancolía propia de «...cuando llega el arrabal de la senectud». Libro que no habrá pasado desapercibido para los que leen excelsa poesía. Senectud, vejez, hilo rojo de más de un poema con la impronta serena de que la vida es muerte. Leo de su libro Romancero de ida y vuelta, este verso premonitorio: «Vino el ángel contra ti./ Y hasta el alba combatiste/ Se fue desquiciando el mundo/Vomitó arrasante fuego. Y humo tú del fuego hiciste». En el poema «Testamentaria» nos dice: «¿Poco aporté/ a este mundo?/...Lo que escribí, /eso os dejo./ ¡Los hoy contemporáneos/ y los mañana pósteros/ decidan/ si tan parco bagaje/ justificó/ este público adiós/ definitivo». Adiós, querido amigo Mariano.

* Periodista