Recientemente se ha celebrado el 50 aniversario de la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Córdoba. Mientras tanto, los investigadores y técnicos del Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera de Andalucía (Ifapa) preparamos el funeral de nuestra institución. La agonía del Ifapa es algo que llevamos años sufriendo en este organismo dependiente de la Junta de Andalucía. Nos acercamos al punto de marchitez permanente: cuando la planta ya no puede extraer agua del suelo y su recuperación es imposible. El Ifapa se está secando. Lleva años sufriendo una deshidratación continua tanto en fondos como en personal y atención por parte de las instituciones de las que depende, y los problemas para los que se demandan soluciones se han convertido en estructurales. La lista es tan amplia que no es posible reflejarla en un pequeño texto, pero incluye retrasos en la recepción de fondos de investigación, burocratización excesiva para cualquier actividad (desde la compra de un lápiz hasta viajes para tomar datos en campo), retrasos en los contratos de personal unidos a una grave carencia de efectivos humanos, vehículos anticuados e inseguros, y así hasta un largo etcétera. Las deudas y retrasos en los pagos se multiplican, afectando a los proveedores externos, y a los investigadores de los centros, que no pueden recurrir a sus servicios a pesar del dinero conseguido en proyectos nacionales y europeos. Esto afecta a las relaciones con investigadores de otras instituciones, puesto que origina graves problemas en el funcionamiento y nuestra capacidad para cumplir objetivos en las colaboraciones científicas.

Valga mi experiencia reciente: la pérdida de un ensayo que veníamos desarrollando desde hace cuatro meses, por avería de una cámara de cultivo, y que no se ha podido reparar (aunque teníamos financiación) porque hay una deuda con la empresa de mantenimiento, no saldada por falta de transferencia de fondos al centro desde la Junta. Este ensayo era el final de un proyecto internacional. Junto a la pérdida de datos cruciales, supone un duro golpe para los jóvenes investigadores implicados, cuyo contrato finaliza con el proyecto y que afectará seriamente a su curriculum. También implica que en la reunión final del proyecto nuestra institución no podrá presentar los resultados que le fueron encomendados, con la consiguiente pérdida de credibilidad y prestigio. Y los que tenemos que dar la cara en todos esos casos somos los investigadores y técnicos, los únicos visibles en los foros científicos, y que sufrimos los problemas de la institución por un lado y la pérdida de credibilidad en nuestro trabajo por otro.

Solo pido que nos permitan desarrollar la actividad para la que la sociedad creó nuestros puestos. Que nos den facilidades para ello, no trabas. Podríamos limitarnos a venir cada mañana y encerrarnos en los despachos «sin dar un palo al agua», y estoy seguro de que seguiríamos cobrando a final de mes. Pero soy investigador por vocación, aunque estoy cada vez más cerca de tirar la toalla, porque la vocación se marchita y muere si no se riega. Igual que el Ifapa.