El cribado de másteres y currículos al que estamos asistiendo revive en mi memoria una función de teatro de cuando era joven. Los caciques de Arniches, en la que se caricaturiza aquel tiempo de la Restauración, juego de poder entre Cánovas y Sagasta. En la mencionada fábula grotesca el cartero del pueblo, que es primo del alcalde, además de ser cojo no sabe ni leer ni escribir, no siendo esto lo peor sino su insólita manera de repartir las cartas, que es como sigue. Sentado delante del ayuntamiento, allí coloca la estafeta con la correspondencia y los vecinos tienen que ir a buscarla; que tienen carta, pagan tres pesetas y se la llevan; que no la tienen, pagan un duro y del montón de cartas cogen la que quieran. Algo parecido ha ocurrido con algunos másteres universitarios a tenor de lo que se va descubriendo; que los alumnos cumplen con los créditos, pagan las tasas y se lo llevan; que no, pagan lo que pidan y se lo llevan también, y si no que le pregunten a los chinos que vienen de turismo académico sin conocer ni el idioma y se van con un pack de títulos en la cartera. Así venían funcionando estos cursos superiores en yuxtaposición a la flacidez de las carreras, el absentismo de los profes y el pasotismo de los alumnos, al tiempo que era una manera de hacer caja pues los ingresos por máster son muy superiores a los de matriculación por curso. Así se han ofertado cursos variopintos y extrafalarios, dirigidos a profesionales con poco tiempo para estudiar y la imposibilidad de acudir a clase. Pero al saltar el escándalo político y levantar el manto que cubre la universidad, las marrullerías han quedado al descubierto; y ahora prepárense aquellos que inflaron el curriculum, no quiero ni pensar en qué va a quedar la «limpieza de sangre» con lo que será la «limpieza académica» que se avecina. Una caza de brujas al estilo #Metoo de Hollywood, donde serán cuestionados títulos, convalidaciones, tribunales, tesis, licenciados, cátedros y rectores. Ahora todo está bajo sospecha y no hay boletín informativo que no trasiegue otro chanchullete de calificaciones y parentescos, mientras que la universidad queda aún más devaluada, como si ya no lo estuviera bastante, a la espera de que otro escándalo mayor suplante el proceso revisionista que, de momento, ha noqueado a muchos gallos de la política actual. Siendo lo peor de todo la negación, la mentira y la falta de agallas para arrostrar la verdad y pedir perdón. Eso nunca, mentir y resistir debe ser la consigna. En 1920, Carlos Arniches dice por boca de unos de los personajes que se rebelan en la sátira teatral: «Los españoles no seremos felices, hasta que no acabemos de una vez para siempre con los caciques». Pues en eso estamos un siglo después.

* Periodista