El hombre llega con tiempo a la estación, tal vez con demasiado tiempo. La última sesión del curso de Odontología al que ha asistido fue más breve de lo que esperaba. Y más aburrida. El hombre entra en una tienda. Hojea libros de los más vendidos. Se niega el capricho de coger un paquete de caramelos. Compra el periódico que le provoca menos desconfianza y lo reserva para el viaje. Ciudades y horas en la pantalla, una voz de mujer informando de la inminencia de llegadas y salidas. Por fin aparece la vía de su tren. Por fin puede dirigirse al control de acceso y empezar a marcharse bajando la escalera mecánica. Por fin queda menos para llegar a casa y arreglar las cosas con Eva.

Ya en el andén, el hombre lamenta no haber intentado cambiar el billete para poder ir en el vagón en silencio. Le hubiera dado tiempo. Odia la contaminación sonora. Gente vociferando estupideces a través de sus móviles. Gente reproduciendo vídeos y comentando la jugada con risas vulgares.

El hombre deja el móvil en el bolsillo interior de la chaqueta. Coloca la prenda junto al maletín del portátil en la repisa portaequipajes. Ha tenido suerte. Inspecciona a su alrededor y no parece que haya posibles emisores de graznidos. Además el asiento contiguo está vacío. Alivio. Se desafloja un pelín la corbata. Sin embargo, cuando ya está sumergido en las páginas de opinión, llega un chaval bastante corpulento que según parece es el pasajero de al lado, el de la ventanilla.

Lo primero que hace el muchacho es llamar por teléfono. Horror. Adiós al sosiego. Que ya está dentro, que está reventado, luego te veo, voy a ver si duermo algo, no mujer, ¿cómo se me va a pasar la estación? Afortunadamente el vecino de asiento guarda el móvil en la mochila y la coloca arriba, ¿me permite, caballero? Se ve que está cansado de verdad. Probablemente está tan enganchado que no es capaz de dormirse teniendo el terminal a mano. Vaya generación.

El tren se pone en marcha. Al poco empieza la molestia: el muchacho se ha quedado dormido y su móvil no para de sonar en la repisa. Así es imposible leer. Así es imposible hacer un viaje en condiciones. El hombre busca caras adultas con las que compartir su indignación. La quinta llamada perdida lo lleva a resoplar y a exclamar «vaya tela» y a desear con todas sus fuerzas que a la criaturita se le pase la estación y despierte en el quinto coño.

Por fin termina el trayecto. El hombre se pone la chaqueta, se cuelga el maletín del portátil y mira con desprecio al bello durmiente que le ha estropeado la lectura del periódico. De fiesta hasta las tantas. Fijo. Vaya generación.

Ya en el taxi el hombre coge el móvil del bolsillo de la chaqueta. No está en silencio como pensaba. Se le pasó ponerlo en el tren. Eva lo ha llamado. Recuerda en ese momento el cambio de melodía de las llamadas entrantes que hizo mientras trasteaba con el aparato para mitigar el aburrimiento de la última ponencia del curso. Eva lo ha llamado siete veces.

* Profesor del IES Galileo Galilei