Uno de los efectos positivos que está teniendo el coronavirus -muy pocos, la verdad sea dicha, que una cosa es ser optimista y otra ciego- es que durante estas largas semanas de confinamiento ha aumentado el índice de lectura. Las cifras ya empezaban a repuntar tímidamente antes del encierro; de hecho, la Federación de Gremios de Editores presentó a finales del pasado febrero un informe en el que daba cuenta de que, desde que hace unos diez años se produjo una debacle en el sector editorial con un descenso del 25% de la facturación, ha ido subiendo el porcentaje de la población lectora. Aunque, siempre según esa fuente, el 37,8% de españoles seguía sin leer. Y entre los que sí lo hacían eran las mujeres quienes salvaban los números, si bien circunscribiéndose a un determinado perfil: urbanitas, con carrera universitaria y más de 55 años.

Pero la pandemia y sus demonios han mejorado el hábito lector al margen de edad y género. Editoriales -que han ofrecido gratis por internet algunas de sus publicaciones para mantener la costumbre- y libreros están relativamente satisfechos de las ventas on line con entrega a domicilio durante las semanas que no se ha podido pisar la calle. Y son llamativas las colas que se forman en las librerías cordobesas desde que han abierto a medio gas; aunque también es cierto que, con la entrada racionada, se ven tantas colas por todos lados que esto se parece a la Rusia de antes de la perestroika.

En este tiempo detenido en que sin embargo los pensamientos (malos casi siempre) cabalgan desembridados, la lectura se ha revelado como un excelente medio de sujetar la mente y de paso disfrutar y aprender en el intento. Los psicólogos la recomendaron desde el principio como la lima más afilada con que romper las rejas de la cautividad contra el contagio, una forma placentera y asequible para evadirse del aislamiento. Y la Sociedad Española de Neurología propone los libros como uno de los mejores vehículos para generar endorfinas y olvidar los pesares durante el estado de alarma, incluida su desescalada. Cuando la realidad duele, sumergirse en otras vidas y otros mundos es un analgésico infalible. Claro que no siempre es fácil concentrarse en ellos si alrededor todo se tambalea. En esta aventura distópica que nos sobrepasa, porque está llena de incertidumbre e inseguridades, a algunos les cuesta trabajo sumergirse en otras ficciones, sobre todo si son tramas complejas o llenas de catástrofes. ¿A quién se le ocurre acudir a La peste, de Camús -conozco a varios que lo han hecho-, en medio de la plaga del siglo XXI? Pues a los mismos que en pleno vuelo disfrutan con una película de accidentes aéreos. Hay gente para todo, y cada uno es muy dueño de buscarse alicientes a su manera. Pero lo normal es que la evasión llegue por caminos más amables. De hecho, según asoma a los comentarios de las redes sociales y confirman los del gremio, el lector -viejo o de nuevo cuño- ha optado por letras ligeras y fáciles de digerir hasta por los estómagos más delicados: best sellers, novelas históricas, románticas y hasta cómics. Sin complejos ni prejuicios. Porque se trata de encontrar en la lectura vías de escape, no de complicarse aún más la existencia.