Aún resuenan los ecos de los más de 15.000 jóvenes venidos de todas las latitudes que participaron en Madrid en el Encuentro Europeo de Jóvenes, auspiciado por la comunidad ecuménica de Taizé. Encuentro no aislado ni puntual, sino el número 41 en esa peregrinación de confianza a través de la tierra iniciada por el hermano Roger a finales de los años 70, que tendrá su continuidad en la colina francesa presidida por esa iglesia de la Reconciliación, en Beirut y en Ciudad del Cabo. Jóvenes con la mochila al hombro, que se alojaron en casas particulares ofrecidas de acogida, en pabellones deportivos, en locales parroquiales, en colegios y albergues. Todo de una manera muy sencilla y austera, con el único objetivo de compartir, escuchar y reflexionar, para «no olvidar la hospitalidad».

Llegó este encuentro en el pórtico de un año nuevo, como una señal indeleble y nítida de confianza en un cambio de época. En un momento de ruidos, desafíos e incertidumbres frente al cambio climático, los conflictos, la creciente desigualdad y la intolerancia que aumenta. Pero también, en un tiempo de oportunidades, con vientos de esperanza que soplan en todo el mundo, incluida la reciente adopción del Pacto Mundial sobre Migración y los resultados positivos de la conferencia sobre el clima en Polonia, como señaló en su mensaje de bienvenida Antonio Guterres.

Pude compartir momentos de esos encuentros, donde los prejuicios dejan paso a las personas, donde la actitud no es reprochar nada sino la de buscar el entendimiento bajo el denominador de unas exigencias que son universales para todos: la búsqueda de una felicidad auténtica. En este ambiente se desarrollaron multitud de talleres, como las conversaciones entre una mujer musulmana, una judía y una cristiana en torno al papel de la religión en la construcción de una paz mundial, cómo se curan nuestras divisiones internas; la misión de Europa como fortaleza asediada o como hogar de encuentro entre los pueblos; la imploración por la paz desde una conciencia trascendente de nuestra existencia; o el encuentro con los más vulnerables de la sociedad de hoy y la exigencia de una fraternidad que reemplace a la crispación y el enfrentamiento. Impresiona ver a la generación más preparada de la historia dejar sus casas y hogares, sus comodidades y servidumbres, para ir al encuentro y la escucha del otro, para sentarse a rezar juntos sin importar las diferencias de idioma, género, raza, nacionalidad, etnia, condición social, ideologías, ni siquiera de religión.

Impartirlo ha sido un regalo para acentuar nuestra fe en la grandeza del ser humano, y nuestra reivindicación en esos jóvenes que buscan referentes y autenticidad, que no se tragan todos los sapos y culebras que vamos dejando tantas veces en el camino con palabras envenenadas y gestos impropios. Jóvenes que están más allá de los discursos y los estereotipos, que son la esperanza de un mundo mejor.

* Abogado y mediador