Encontré esta carta en un banco del parque. No diré que estaba mojada de lágrimas, porque pensarán que es una frase retórica; pero estaba mojada.

«Estimado señor: el sincero fervor que siento por usted, así como por la formación que con tanta bizarría lidera, pugna dentro de mí con el disgusto que me provoca su indiferencia hacia el gremio al que doy voz en estas líneas. No sé si la belicosidad de esta lucha interior --atracción por el ideario que usted encarna, repulsión hacia la imperdonable laguna que descubro en él-- abrirá una tregua pasajera que me permita poner fin a esta misiva, cuya letra temblorosa es reflejo de mi zozobra; es más, no sé si, en caso de poder terminarla, ese combate que libro conmigo abrirá un resquicio para que me acerque al buzón más próximo. Tal vez abandone al final la carta en un cajón, o sobre el banco de un parque.

Observo, señor, que manifiesta una apreciable estima hacia toreros y cazadores, sentimiento que también yo comparto. Pero, ¿nada tiene que decir de los pescadores de caña? Sepa que soy uno de ellos, y que durante estos meses de escucha he rebuscado en vano, entre las ardientes brasas de sus discursos, alguna mención a esa actividad que resulta para mí más valiosa que mi propia vida, la cual carecería por entero de sentido sin ella. Pienso que ha cometido Vd., si permite que me exprese en estos términos, un pecado por omisión, que espero que la lectura de esta carta contribuya de algún modo a enmendar. Secundo su defensa de la tauromaquia, del arrojo de esos héroes que tan generosamente ofrendan sus vidas --para regocijo de un público sin complejos- cada vez que enfilan las astas de un toro: el patriótico moteado de su roja sangre sobre el albero, el revoltijo de sus tripas camino de la enfermería... Son muestras elocuentes de ese masculino resuello del que tan menesterosa se halla nuestra martirizada Nación, expuesta a todo tipo de afeminados adoctrinamientos. Democracia, liberalismo, no digamos ya ese socialismo buenista y lacrimoso con el que nos obsequian nuestros «líderes», son labores propias de mujeres --tan bellas, sí, tan sublimes en su frágil factura, como blandas e ingenuas en su razonar--, no soluciones reales a las embestidas del marxismo y del separatismo, auténticos toros de lidia que amenazan nuestra existencia colectiva, aquilatada por siglos de historia llena de gestas sagradas. Testículos son lo que pide a voces este país, testículos los que usted exhibe y proclama: testículos taurinos.

Comparto también, cómo no, su aprecio hacia los cazadores. Es cierto que, en la actualidad, apenas exponen sus vidas ante una Naturaleza que hace tiempo perdió sus garras y que --recluida en cotos vigilados-- languidece en una modorra solo rota por los otoñales bramidos de la berrea. ¿Y qué decir de los aficionados a la caza menor? No parece que una liebre resulte un enemigo impresionante, especialmente cuando nos mira con sorpresa y agita por un instante sus nerviosos bigotitos. Pero, aunque de forma amortiguada, también el cazador se enfrenta a un enemigo digno de estima y de respeto (sobre todo cuando deja de mover los bigotes), y nos recuerda con su canana y con sus botas embarradas lo que significa ser un hombre. Un hombre, señor: no digo más.

¿Por qué se olvida entonces usted de nosotros, de los pescadores de caña? ¿Acaso le resulta risible nuestra figura, allí encaramada sobre la orilla del lago o a lomos del arroyo bravío: con nuestra caña, nuestros carretes, nuestros sedales y lombrices? ¿Le parecemos, tal vez, algo ridículos? ¿No considera nuestra labor lo bastante varonil? ¿Acaso cuestiona el tamaño y la solidez de nuestros testículos, señor, frente a los que portan toreros y cazadores? Puede que nuestras vidas no corran peligro (aunque conozco el caso de un resbalón de consecuencias letales), pero siempre estamos ahí, abiertos a lo que la ruda naturaleza nos depare, y viriles, ¡muy viriles! Cuando capturamos una presa, la desgarramos sin vacilar, contemplamos impávidos su agonía, no nos tiembla el pulso por ello.

Señor: no nos menosprecie. La Patria, una vez más, está en peligro. Presa de politicastros pusilánimes, afeminada, requiere de acciones audaces solo al alcance de hombres prestos para disparar, ensartar, destripar. La lucha sin miramientos contra el animal sitúa a cada uno en el nivel que le corresponde. Hallará en nosotros un ejército de valientes. A una orden suya, iremos allí donde sea preciso, con nuestros anzuelos bien afilados».

* Escritor