La jura o promesa de los nuevos ministros de Sánchez nos ha dado a los amantes de la historia y su épica una gran página. En realidad todos han articulado la fórmula de la promesa sin ningún signo religioso. Y tiene sentido para ellos, pues quién jura pone como testigo a algún valor superior a uno mismo y quién promete se pone a sí mismo como declarante. Pero como decimos nadie ha jurado. La verdad es que se echa en falta que haya alguien más además de todos los ministros, asistentes/asesores, el presidente y el Rey en la sala. Uno se queda como en aquel chiste de Eugenio del que cae al vació y pregunta para quedarse tranquilo "¿pero hay alguien más?". No obstante ha habido momentos en los que había no mucho, sino muchísimo más. Es cierto que muchos de los ministros que Sánchez ha investido son tecnócratas pero su alianza con Podemos los ha atado a todos con una brida no sólo republicana, que podría ser moderada e intelectual sin ser brida, sino antimonárquica. Ser antimonárquico no es lo mismo que ser republicano. El primero es revolucionario y el segundo es democrático. Esto por la cuenta que le trae como primer patriota, como padre de la Princesa de Asturias y como Rey de todos los españoles lo tiene muy presente Felipe VI. Sobre todo cuando ha prometido Pablo Iglesias, que la verdad si el anticristo vaticinado por el libro del Apocalipsis hubiera revelado el nombre y apellido de este no podría haber encajado mejor que el del líder de los morados. El Rey estaba con los labios apretados y el rostro circunspecto. Iglesias prometía lealtad al Rey. Teniendo en cuenta lo que Iglesias y algunos de los suyos han manifestado sobre lo que ellos llaman el ciudadano Borbón, la promesa de Iglesias y su camarada Garzón ante el Rey ha dejado al Juramento de Santa Gadea en una mentirijilla de novicia. Jurar o prometer ya no es la cuestión.