Como expresión en parte del nuevo equilibrio internacional surgido de la volatilización de la antigua URSS y el afianzamiento de China como gran potencia, el tema de la iconoclastia y el ataque a los símbolos descollantes de la civilización occidental, la problemática sobre las dos principales concepciones que se disputaron la primacía de la política internacional de la España de los Reyes Católicos es, en la hora actual, de tan vivo como trascendente interés.

Hoy resulta claro que, al seguir la orientación castellana en lugar de la aragonesa, la sustitución de la hegemonía hispana por la francesa a comedios de la Edad Moderna era, a fin de cuentas, una cuestión de tiempo. La monarquía gala, tenaz aspirante al cetro europeo desde los días de Carlos VIII y Francisco I, acabó por arrebatárselo a su rival en las paces de 1659 y 1715. Pues, en efecto, sin la preponderancia española el dominio de los Habsburgos en el Viejo Continente se ofrecía, a la postre, irrealizable. Francia y Turquía, la doble amenaza a la agresiva tenaza del “orden” de la Casa de Austria, no habrían, sin duda, alcanzado sus objetivos sin haber carcomido los cimientos del eje Madrid-Viena.

La dimensión atlántica -menos beneficiosa, importará repetir, en las postrimerías del siglo XV que la mediterránea, de clara raigambre catalano-aragonesa- revestiría en los decenios siguientes un valor singular. A finales del 500, el imperio hispano de Felipe II marcó uno de los fastigios de la historia mundial. Mas la vigencia de su calendario fue corta. Y otra gran potencia atlántica -la Inglaterra de los Hannover- clausuró definitivamente la época de la España ultramarina.

De héroe indisputado de la identidad española si no más profunda sí, desde luego, de la más llamativa, Colón ha pasado a ser hodierno a ambos lados de la Mar Oceána un personaje siniestro. Naturalmente, tal descarrío tendrá un término tan abrupto y radical como lo han sido su génesis y desarrollo en el escenario presente. Cuando se devuelva “la voz y la palabra” a los historiadores avezados en el cultivo acribioso de su difícil profesión, el genovés y su hazaña recuperarán venturosamente su estatura y auténtico relieve. Pero sin empequeñecer la recia envergadura de la hipótesis de la España que el Quinientos hubiera alumbrado y consolidado de seguir el “rumbo” aragonés. En la grave hora de la crisis del corona virus ensueños y leyendas no tienen espacio en la memoria colectiva. Menos aún, empero, los gratuitos ajustes de cuentas con el pasado, como tampoco las fantasmagorías de novelas y relatos de trasfondo novelesco… A ningún precio, las generaciones hodiernas deben contribuir a la demolición con “asalto a los cielos”, a fuego lento, o a “gota malaya”, del preciado e inigualable patrimonio que heredamos los españoles de las mujeres y los hombres que nos antecedieron en el inigualable solar de la ancestral Hispania.

* Catedrático