Y ya está. No hay otra palabra que pueda acercarse al sentimiento que produce lo que está pasando. Una mujer se tiró ayer por la ventana cuando fueron a desalojarla de su vivienda por no pagar el alquiler. Quizá tuviera otros problemas, quién sabe, pero se convierte en la alegoría del dolor en el mismo día en el que vuelven a sentarse en el banquillo directivos bancarios que, como mínimo, dispararon con pólvora ajena. Se juzga la salida a bolsa de Bankia justo después de que sepamos que el Banco de España da por perdidos 42.017 millones de euros del dinero que destinó a reflotar a los bancos. Esos bancos que despidieron a miles de trabajadores mientras --en algunos casos-- sus directivos se subían la nómina, los incentivos o la indemnización por cese. Los mismos bancos que empezaron a desahuciar a los clientes que no podían afrontar sus hipotecas, a dejar a familias en la calle y seguir reclamándoles la deuda. Hubo entonces suicidios, y hubo muchas familias que cayeron en una pobreza de la que nunca saldrán. Ay, amigo, la deuda es la deuda, ¿verdad? Por eso, en lugar de que paguen el dichoso impuesto de actos jurídicos documentados, lo que hay que exigir es que devuelvan lo que nos deben. Lo que me deben a mí, lo que adeudan a todos los españoles.