Cien años después de que realizase su primera y única visita a Córdoba Borges ha vuelto a la que, según sus propias palabras, sacadas de una posterior entrevista, fue la única ciudad a la que le hubiera gustado regresar. Era agosto de 1919 y , desde Sevilla, él y su hermana Noah se desplazaron al estudio de Julio Romero de Torres, en la Posada del Potro. Ella, pintora y dibujante, quería conocer al artista cordobés, que luego le daría clases en la Escuela de Arte de San Fernando. Y Córdoba se quedó en la memoria del escritor argentino y en una de sus dos obras más universales: El Aleph. Así lo recordaron los encargados de presentar la exposición que desde hace unos días se ofrece en la sala de la Fundación Cajasol leyendo las bellas palabras que contiene uno de sus cuentos, En busca de Averroes: «En el fondo de la siesta se enronquecían amorosas palomas; de algún patio invisible se elevaba el rumor de una fuente (...) abajo estaban los jardines, la huerta; abajo, el atareado Guadalquivir y después la querida ciudad de Córdoba, no menos clara que Bagdad o que El Cairo, como un complejo y delicado instrumento».

La exposición no puede tener mejor referencia ni mejor título «El infinito Borges», porque el mundo borgiano parece no tener límites. Si uno parte del inicio convencional de su nacimiento, se extiende por detrás a través de una saga familiar casi paralela a la historia argentina. Su bisabuelo materno fue por ejemplo héroe de la batalla de Junín, decisiva para la independencia. Y por delante aún sigue expandiéndose en forma de un enorme abanico de estudios e influencias de los que derivan nuevas creaciones. Recuerda el viejo problema de las matemáticas de Cantor. ¿Cómo alojar un huésped más en un hotel con infinitas habitaciones todas ocupadas? Sencillo: se dice al de la primera que pase a la segunda, a éste que pase a la tercera y así sucesivamente. La primera ya ha quedado libre para el nuevo cliente. En notación matemática existe también la letra aleph relacionada con estas cuestiones. Con Borges pasa un poco igual. Él mismo especuló con el infinito en su ensayo La biblioteca total, antecedente de su famoso cuento La Biblioteca de Babel.

¿El infinito es un número o un concepto? «Es una especie de ocho tumbado» me recuerda, con humor, un profesor de matemáticas aludiendo a su representación y huyendo de un debate eterno en la Historia de la Matemática. Pero ni siquiera eso. En realidad ese símbolo deriva de otro usado por el autor de un manuscrito en latín para designar los millares en forma de dos emes minúsculas unidas por sus bases. John Wallis, un matemático del siglo XVII lo redondeó, lo estilizó... y hasta hoy.

En el caso de Borges, me quedo con el concepto. La exposición sí parte de un hecho concreto. Su primera obra: Fervor de Buenos Aires. Trescientos ejemplares. Sin numeración de página, ni índice, que pagó su padre y que en su mayoría fueron regalados. Sus tres primeros libros de poesía no llegaron entre todos a mil ejemplares. Y solo mucho después los reeditó con innumerables modificaciones. Aunque peor suerte tuvieron otros que no volvió a reeditar en su vida... Pero, iniciado el recorrido, pronto surge ese infinito borgiano. Junto al escritor, strictu sensu, de cuentos y relatos, mora también el guionista y crítico cinematográfico, sin olvidar al autor de letras de tangos y milongas. De estas últimas dan fe unas estrofas de la dedicada a los Orientales (al Uruguay, del que Borges decía estaba hecho con recuerdos de su infancia). «Como los tientos de un lazo se entrevera nuestra historia, esa historia de a caballo que huele a sangre y a gloria (...) cuántas veces los corrimos, cuántas veces nos corrieron». Las conocen bien quienes hayan leído Para las seis cuerdas.

Pero hay también referencias a los libros de Borges que abrigaban las bibliotecas de otros escritores, a los artistas que ilustraron sus obras, al Nobel nunca concedido o a sus rifirrafes con el peronismo que le quiso hacer inspector de mercados de aves, distinciones, fotografías, humor, grabaciones, prólogos, dedicatorias, conferencias, revistas literarias... Y premios como el Cervantes que recibió conjuntamente con Gerardo Diego. O el Formentor junto a Samuel Beckett (curiosamente las dos únicas veces que se concedieron ex aequo).

Por terminar barajando de nuevo los términos de Córdoba y el infinito: Hay otro cuento en El Aleph, titulado El Zahir, donde también se alude a Córdoba. Zahir es un concepto relacionado con la propiedad que tienen algunos objetos de obsesionarnos. Tal vez deseando que detrás de ellos se encuentre Dios. O sea, de algún modo el infinito. Borges habla de que fue zahir un tigre, un ciego, un astrolabio, una brújula y en la aljama de Córdoba una veta en el mármol de uno de sus mil doscientos pilares. Habrá que buscarla. No se pierdan la exposición. Con Borges, ya se sabe, hasta el infinito... Y más allá.

* Periodista