Antonio Gala, nuestro Antonio, al que tanto echo de menos en este abril cruel y demoledor, al quien recurro siempre cuando me faltan las palabras para expresar algún sentimiento, decía que «La vida no es más que un camino hacia la muerte, una larga agonía, como la de las rosas que para marchitarse madrugaron. Por eso, para el hombre, algo hay más doloroso que ser viejo: envejecer». Porque aquí todo el mundo quiere cumplir años, cuantos más mejor, pero nadie quiere ser viejo. Porque ser viejo, y si no te puedes valer por ti mismo ni tienes quien te cuide, supone ser desahuciado de tu propia casa y emprender el último viaje acompañado de otros tantos como tú que, no por falta de dinero, fueron aparcados por su familia, o porque no la tienen, en una residencia donde les acogieron como propios. En mi pueblo, de mi niñez recuerdo el enfado que pillaba mi madre cada vez que se enteraba de que a tal o cual vecino lo habían llevado al Hospital. Aquello era como la mayor degradación, pues las monjas de Jesús Nazareno recogían allí a los sin nada cuando eran viejitos. Poco a poco allí comenzaron a llegar también los que tenían pensión y sus familias no podían asistir. Decir que te llevaban al Hospital era la viva imagen de la soledad, de que no tenías familia o que tu familia no tenía lugar para ti. Con el paso del tiempo y las nuevas maneras y costumbres, aquel Hospital de hace 40 años es hoy una residencia de mayores modelo donde algunos amigos y conocidos tengo alojados. Mi madre, que tenía carácter y la lengua muy suelta, cuando se enteraba de que en el pueblo o en la capital algún familiar o amigo habían llevado a la residencia, siempre decía, otro que va para el hotelito. Pues hacía chanza con que siempre justificaban la situación contando que los padres o los abuelos estaban como en un hotel, con todas las comodidades, servicios y atenciones. A tal extremo llevaba el rechazo a las residencias que una y otra vez, antes de perder la cabeza, nos advertió a sus hijos. «Si algún día me vais a llevar al hotelito aseguraros antes que no tenga las manos sueltas porque os arañaré». Me viene el recuerdo ahora que sabemos que más de la mitad de los muertos por coronavirus en Europa han sido en residencias de ancianos. Una noticia que han dado muy de pasada, para no provocar el grillo de la conciencia, comparada con el tiempo que dedican cada día a los aplausos de las ocho. Nada más lejos de mi intención extender la mínima duda sobre las residencias que dan refugio, acogida y cuidado a nuestros mayores, solamente considerar que ante esta tragedia humana inimaginable -lo ha dicho la OMS- habrá que pensar en adaptar estas instalaciones para que se asemejen más a un centro hospitalario que a un hotelito.

* Periodista