A Cayetana Álvarez de Toledo le vienen tocando la nobleza a dos manos desde que entró en el Congreso de los Diputados. La han estado llamando marquesita desde que llegó, la han estado tentando porque no corre el riesgo de pasarse de frenada y siempre apunta recto a su verdad. A Cayetana Álvarez de Toledo le importa un pito si lo que dice queda bien o mal, porque entra al cuerpo a cuerpo con cualquiera, es buena fajadora y lanza golpes directos que pueden noquear a una bancada. Esto puede gustar o no, pero Pablo Casado la ha puesto ahí, precisamente, para que sea Cayetana Álvarez de Toledo, y lo hace estupendamente. ¿Fue anteayer, al responder por enésima vez a Pablo Iglesias, más Cayetana Álvarez de Toledo que nunca? Seguramente no. Es como la poesía de Bukowski, que atrae a mucha gente en la primera adolescencia por esa forma explícita, dura y sexual de recrear el barro de vivir; pero más adelante, cuando tú también pisas ese barro, comprendes esa gran desolación, esa melancolía arrasada por la decepción y el dolor que es lo que late fuerte en el mejor realismo sucio. O esa simbología que convierte cualquier excrecencia en un lamento de eternidad. Es decir: el mejor Charles Bukowski puede aparecer, quizá, cuando es menos Bukowski que nunca -por ejemplo, en su excelente novela culturalista Pulp-; pero cuando más brilla, cuando más espectacularidad puede concretar en una frase, es cuando acomete lo que se espera de él. Algo así sucede también con Cayetana, que enhebró su mejor frase de realismo sucio político para decir, con llaneza explícita, que el padre de Pablo Iglesias fue un terrorista del FRAP.

Pero el hallazgo ha sido del propio Pablo Iglesias. En un artículo sobre Santiago Carrillo publicado en Público el 18 de septiembre de 2012, recordando su encuentro con él, escribió Iglesias lo siguiente: «La entrevista me sirvió para reafirmarme en que no estaba de acuerdo con él en muchas cosas, pero también me hizo admirarle. Créanme si les digo que siendo hijo de un militante del FRAP y habiendo militado donde milité, tiene su mérito admirar a Carrillo. Frente a Santiago descubrí que estaba ante al secretario general que condenó irremediablemente a la mediocridad a todos los secretarios generales que llegaron después. Nadie estuvo a su nivel». Más allá de que esa última afirmación encuentra su perfección en Alberto Garzón, que ha condenado IU a la desaparición, en el texto es Pablo Iglesias quien reivindica la pertenencia de su padre al FRAP. El Frente Revolucionario Antifascista y Patriota fue una banda terrorista responsable de los asesinatos de los policías Juan Antonio Fernández, Francisco Jesús Anguas, Lucio Rodríguez y Juan Ruiz, y del teniente de la Guardia Civil Antonio Pose. Parece evidente y comprobado que el padre de Pablo Iglesias no participó en ninguno de estos asesinatos. Es decir: el padre de Pablo Iglesias, Francisco Javier Iglesias, no es un asesino. Tampoco secuestró a nadie, ni participó en extorsiones. Así que no es un asesino, ni un secuestrador, ni un extorsionador, las tres tipologías habituales de la inmundicia moral del terrorismo.

Eso sí: perteneció al FRAP. No lo digo yo: lo dice su hijo. Y etimológicamente, quien pertenece a una banda terrorista, aunque sólo sea para repartir propaganda, es un terrorista. Tampoco lo digo yo: lo dice la RAE, en su definición de terrorista, acepción segunda: «Perteneciente o relativo al terrorismo». Si estuviéramos hablando de un etarra, ¿tendríamos esta duda? Una organización criminal como una banda terrorista no está compuesta solamente por los ejecutores. Son precisos movimientos previos o colaterales hacia el mismo fin que persigue el atentado, y hay otros actos igualmente delictivos, aunque menos graves. Así, en una organización terrorista, ya sea el FRAP, ETA o los Guerrilleros de Cristo Rey, no sólo se integran quienes materializan los atentados, o los secuestros, o la mierda que sea, sino que hacen falta otros individuos que participan a otros niveles: incluida, claro está, la propaganda. Y ése también es terrorista, aunque no sea un asesino. Por eso la Real Academia Española no dice «El que mata», sino, más ampliamente, «Perteneciente o relativo al terrorismo».

Así que indignación, la justa. Haberte estado calladito, en lugar de sacar pecho. Eso sí: el espectáculo parlamentario, más lamentable que nunca. Aunque, ¿a quién beneficia? Ahora revisitamos la lucha antifranquista, en vez de hablar de su gestión al frente de las residencias de ancianos.

* Escritor