Por mucho que eviten reconocerlo, los políticos nunca les hacen ascos a las adulaciones. Es cierto que eluden retratarse como deidades olímpicas, cual los días de apogeo del taller de Rubens. Mas cuán tentador resulta recrearse en un panegírico mitológico. Lo malo es que los símiles se alejan frecuentemente de lo esperado. Rivera se habría visto más cerca de Prometeo, con su insolencia de enfrentarse al bipartidismo; pero quién iría a asociarle con las agoreras profecías de Casandra. El exlíder de Ciudadanos no aventuró la caída de Troya, pero en el último debate, aparte de ser un filón para los memes, vaticinó más que ningún otro candidato el problema crítico de la natalidad.

Todavía hay quien habla de la familia con un sentimiento apolillado de la vida, pero el asunto es muy crítico, cuando por cuarto año consecutivo conocemos un saldo vegetativo negativo; aquel rezongue melancólico que sentenciaba que la Nochebuena se va y nosotros no volveremos más. Claro que antes estaba el talismán del pesebre, las miles de cunas que se multiplicaron cuando Chencho se perdió en la Plaza Mayor y los Polos del Desarrollo también apostaban por el fotomatón de las madres con el pelo cardado y el regazo amazacotado de críos. Hoy fiamos nuestro futuro en el meritoriaje de ser el segundo país más longevo del mundo, con grandes posibilidades de acceder a la pole position con el tacataca.

Todos podemos añorar aquellas trapisondas de Pepe Isbert, pero los deudos de aquellos tiempos políticos deberían contener sus exabruptos. Porque conejos no son los hijos de madres solteras. O todos moros, o cristianos, pues todo recién nacido es una dicha en este país de viejos. Que los nacimientos hayan caído un 30% en la última década forzosamente activa una señal de alarma. Las habas son las que son, descontada la querencia histórica de esta nación de aparentar más sus posibles. Pero en lugar de tanta milonga, tengan presentes que las ayudas a la natalidad son un seguro de vida y la mejor posología para fomentar el instinto maternal. Porque actualmente, recortar en España la edad media de las madres primerizas resulta más heroico que el remonte de los salmones.

Hasta hace una pizca, en China violar la prescripción del hijo único suponía someterse al dedo acusatorio del Gran Hermano de Orwell. Aquí, las estadísticas no redondean, y hasta habría que dar las gracias porque con 1,26 hijos por mujer, a este paso los españoles solo presumiremos de ser padres putativos. Resultaría curioso que lo que los nacionalismos ganan en las intrigas, lo puedan perder en el tálamo. Rivera espera un hijo. Menudo guiño de Casandra.

* Abogado